En medio de los sentidos y merecidos  homenajes, del tumulto de amigos que nunca fueron, de las frases que nunca dijo, del reguero inevitable de bobadas y zalamerías, se coló entre los reclamos que se le hicieron post mortem a García Márquez, el hecho de no haber gestionado el acueducto de su natal Aracataca. Sin duda, un reclamo tonto pero comprensible en un país acostumbrado a lograr las cosas, no tanto por méritos propios o por necesidades evidentes, sino por el hecho simple de conocer a alguien que las gestione.

Y es que, el que aún hoy Aracataca no cuente con un acueducto digno, no deja de ser un hecho triste, aunque no extraño para la realidad de muchos pueblos y caseríos colombianos, que comparten la absurda situación de no tener  agua potable, pero con la desgracia de no contar con un Nobel ( o en su defecto un deportista, un pintor, un cantante) al que se le pueda echar la culpa de que el liquido no salga por la tubería.

Que García Márquez pudo ayudar. Obvio que si. Que lo hizo, no lo sabemos a ciencia cierta. Que lo hizo y lo conejearon los políticos de turno, es altamente probable ¿Que lo hizo, asignaron las partidas y en el camino alguien se lo robó? No es descabellado pensarlo. Lo único cierto es que los cataqueros siguen sin el agua, aunque ya parecen haberse acostumbrado.

 Pero no hay que decirnos mentiras. La culpa de esa sed no es de García Márquez, como tampoco lo es Juan Pablo Montoya de la situación de movilidad en Bogotá, o  Marianita Pajón del estado lamentable de las calles del país que nos dejan como única opción el bicicross. La culpa es de nosotros mismos que hicimos de la recomendación y el palancazo nuestro modo de vida. Son pocas las cosas que se mueven en nuestro país sin un pequeño empujoncito. Nombramientos, becas, licitaciones, contratos, préstamos, prótesis, trámites, soluciones de vivienda, puestos en el bus y por supuesto, acueductos, se consiguen gracias a la mano poderosa de alguien, que conoce a otro alguien, recomendado a su vez de otro alguien capaz de hacer el milagro, sin necesidad de ser beatificado. Y es por eso que nos hemos llenado de tramitadores, que es el  nombre que reciben los lobbistas pobres. El Estado, lento y paquidérmico,  se ha encargado de hacerlos una necesidad. Un billete, una moneda, un cheque o una trasferencia electrónica son la mágica llave que abre la puerta. Hemos creado un verdadero enjambre  en el  que media sociedad necesita de la otra media, unas veces más que otras porque el urgido de hoy puede ser el que pone el sello en nuestro cheque de mañana.

Por eso, en nuestro país es más jodido no tener contactos que no tener amigos y tal vez García Márquez tenía más gente que lo quería, que más gente que le ayudara a tramitar…

@malievan