Hace muchos años ya, que decidí intentar vivir en paz, no joder a nadie, amar a mis hijas por encima de todo, saludar y dar las gracias, decir lo que pienso y sobre todo, no discutir nunca de fútbol, religión o política.
No hacerlo de fútbol es relativamente fácil, porque por lo menos en nuestro país, de pequeños nos hacemos hinchas de equipos que pese a todo,se encargan siempre de mantener nuestra llama viva, bien con tres victorias consecutivas o bien con la contratación de una estrella en el ocaso. Gracias a la televisión, también nos hemos hecho hinchas de equipos internacionales, pero más que porque nos gusten porque los asimilamos al que adoramos a nivel local. Por eso es fácil esquivar una discusión de fútbol, porque el verdadero hincha no se voltea ( si acaso camina sigiloso cuando los resultados no se dan). Nace seguidor de tal o cual equipo por la razón que sea y muere igual. Un verdadero hincha no pretende convencer al otro que se cambie de equipo. Por el contrario alimenta la rivalidad a través de burlas y argumentos. Humillar si, catequizar nunca. Por eso es fácil esquivar esa discusión, porque uno ya sabe quién es quién y sabe que será así toda la vida.
En religión el tema se complica. En Colombia, por lo menos gran parte de mi generación, nació (nacimos) “católicos, apostólicos y romanos”. Al fin y al cabo, nuestra constitución del 86 estaba consagrada a esa religión y la gente se bautizaba, se confirmaba, se casaba y se moría casi por tradición bajo la égida del Vaticano. Con el paso del tiempo, cambiamos de Constitución, abrimos la mente y el espíritu y seguir otro credo dejó de ser un acto vergonzante. Hoy por hoy, cada quien cree en lo que le da la gana, pero como esa actitud viene de un dogma, es fácil caer en la tentación de invitar al otro, vehemente o sutilmente, a cambiar de bando. Desde la frase sugerente aplicable a cualquier situación, a la lectura inocente, pasando por la invitación a reuniones, credos, conciertos y ceremonias, sin dejar de lado las enardecidas polémicas, biblia en mano, para saber y ver quién tiene la razón. El creyente en una religión, cualquiera que ella sea, es proclive a juzgar al otro desde su propia fe, a creer que la única fuente de males y remedios es en la que él bebe y que los equivocados y condenados son y serán los demás. Es una discusión que aparece sin avisar en cualquier tiempo y lugar. Por eso, si la disputa teológica asoma la cabeza, lo mejor es huir. Huir corriendo para no ser alcanzado.
Escabullirse de una discusión política,por el contrario, suele ser una tarea de titanes, más en un país como el nuestro en el que el discurso no tiene nada que ver con la ideología partidista, porque ni tenemos partidos, ni mucho menos ideología, sino que corresponde a odios y amores caudillistas, cuotas burocráticas o a “estrellitas Torero o chispitas Mariposa”, que aparecen de cuando en vez y tanto como queman, duran. Y por eso, los que hoy son, mañana no serán tanto, porque nuestra política es dinámica, como llamamos en Colombia al arte de voltearse.
Nada más orgásmico para un colombiano que intentar convencer a otro de que vote por su candidato, pero no nos digamos mentiras, si hay algo peor que hablar de política es discutir sobre política, porque en esta actividad como en el sexo, cada cual tiene su propia posición y por eso es mejor ahorrarse los consejos. Tengo que decirle a mi familia, a mis amigos, a mis conocidos o a los próximos accidentes de la vida con los que me tropezaré, que no me importa lo bueno de su candidato o lo malo del mío, ya que al fin y al cabo siempre voto por los que pierden. No intenten, por favor, hacerme cambiar de parecer ya que en política siempre soy un perdedor. Con seguridad ese personaje al que usted sigue ( y que muy pronto lo defraudará) es la última cerveza fría en el desierto, pero qué le vamos a hacer si cada día soy más viejo y más terco y no creo que cambie de opinión. Solamente le pido que me deje equivocar en paz porque ningún político vale una discusión con el más lejano de mis amigos.
Por todo eso es que hace muchos años ya, que decidí intentar vivir en paz, no joder a nadie, amar a mis hijas por encima de todo, saludar y dar las gracias, decir lo que pienso y sobre todo, no discutir nunca de fútbol, religión o política.