Cuenta la historia que Gokü, estaba destinado a ser el más poderoso de los sayayines, unos seres iluminados que luego de haber estado al borde de la muerte, se recuperan, incrementan su poder de manera considerable, de forma que lo que los haya lastimado no pueda volver a herirlos. Gokü es un guerrero fuerte, un hombre amado y venerado, dispuesto a ser más fuerte cada vez, decidido cuando se trata de pelear por su idea del bien. Gokü es un artista marcial consumado, poseedor de una gran habilidad para combatir, una capacidad de aprendizaje sumamente elevada y un buen dominio de la estrategia.
Y así es él, nuestro Gokü de las montañas antioqueñas, dispuesto a dar la batalla en defensa de sus ideas, sin importar a quién deba atacar, qué armas deba utilizar o que poderes ocultos deba aplicar. Igual que la leyenda, necesita ingerir enormes cantidades de comida (aproximadamente la ración de 30 humanos) para sentirse satisfechos y recuperar toda su energía. Sin embargo, difiere del original en que no sufre de tripanofobia (miedo a las agujas, inyecciones y en general cualquier clase de chuzadas) y es fácilmente manejable por su esposa porque él se sabe y siente un indomable.
Nuestro Gokü, es sin duda un ser especial, el animal político más importante de nuestra historia reciente, el gran comunicador, que dice y hace amparado es una especie de capa invisible a lo Harry Potter, que lo protege de todo mal ( o todo bien, según se le quiera mirar). Esa capa llamada popularidad, le permite decir, acusar, señalar, insultar, mentir, mentir a medias o decir verdades, sin que nada le pase. Es intocable. Siempre al borde de la cornisa y envuelto en su capa protectora, bien sabe que nadie, por osado que sea, será capaz de inmolarse tratando de acusarlo y mucho menos encauzarlo, algo que de todas maneras a nuestro sayayin de sombrero aguadeño y hablar cantado, le encantaría para acabar de convertirse en mártir.
El se sabe solo y sabe que su cruzada universal es un ejercicio individual. Es él y nadie más, porque tiene claro que más tarde que temprano, todos lo abandonarán, como se abandonan a los viejitos gaga, que de tanto repetir un sonsonete se vuelven aburridos y nadie los tiene en cuenta, así lo que digan, pueda tener algo de razón. Todos terminarán teniéndole lástima, aunque muchos también lo recordarán con nostalgia y otros con cariño.
Sus peleas son al mejor estilo kamikaze o Yihad islámica. Solo contra el mundo, enceguecido por su verdad que cree única e irrepetible, enceguecido por los flashes de la pasión de sus seguidores que lo creen “ el iluminado”. No mide consecuencias, aunque paradójicamente no deja nada al azar. Dice y hace porque sabe que sus fieles partidarios lo repetirán como dogma y al final, algo quedará, tal vez, un soplo de vida, que le permitirá rehacerse de sus propias cenizas. No quiere a nadie más que a él y su descendencia. No cree en nadie porque sabe que las promesas son tan sólo la cuota inicial de un incumplimiento. El no hace amistades, tan sólo alianzas. El no cede, tal vez sólo toma impulso. El no olvida, tan sólo aguarda para una mejor oportunidad. El no acepta opiniones diferentes, ya que tan sólo son miradas equivocadas. El no abandona la lucha, tan sólo se llena de nuevos motivos. El se cree invencible porque a pesar de los incendios, nunca ha salido chamuscado.
El es nuestro Sayayin criollo, que va por ahí en su caballo y tinto en mano envuelto en su capa mágica pero como hacen todos los iluminados, al final terminará haciendo de su capa un sayo…