Tal vez si cumpliéramos la palabra, nuestra vida sería distinta. Pero no. Somos un país  lleno de merengues donde el valor de la palabra se deshace en medio de la baba. Cuando decimos si, debemos entender, tal vez. Cuando decimos no, debemos entender, de pronto. La palabra no vale y por eso ser notario es el mejor de los negocios.

Como somos culiprontos, ladinos e insidiosos, nos  gustan las promesas, porque tenemos claro que no  las vamos a cumplir.  Nos movemos al vaivén de lo que pasa y de lo que nos conviene. Prometemos a los hijos juegos y paseos que nunca se dan. Juramos amor eterno en ceremonias fastuosas  y a la menor oportunidad traicionamos sin recato. Ofrecemos puentes donde no hay ríos o triunfos donde no hay trabajo. Ponemos citas que  no cumplimos, llegamos siempre tarde,  y así se nos va la vida, diciendo sin hacer y sobre todo, sin ponernos colorados.

 Incumplir la palabra viene de la mano de una característica muy pero muy colombiana y es nuestra incapacidad para decir no. Por el contrario. Decimos que sí al poner una cita, al comprometernos a un trabajo, al prometer una ayuda, al asegurar un hecho, al decir que el vestido estará listo a las cinco y la página web a las tres. Dice que sí la guerrilla cuando afirma que respetará el Derecho Internacional Humanitario, dicen que sí los políticos cuando  prometen que no robarán, dice que sí el Estado cuando jura sobre la Constitución que defenderá la vida, honra y bienes de todos los colombianos. Dice que si el expresidente, el obrero, el intelectual, el mecánico, el diseñador, el domiciliario. En resumen, todos decimos que sí. Y esa actitud positiva, proactiva nos debería colocar cerca al cielo. Pero no, cada vez estamos más cerca al infierno. Y no es gratis. Y no es mala suerte. Nuestra habilidad para olvidar lo prometido, para deshacer lo hecho, nuestro “importaculismo”, nuestra facilidad para transgredir los compromisos nos tiene al borde del abismo. Porque con la misma facilidad que prometemos, nos olvidamos y por cuenta de nuestra irresponsabilidad hay un montón de gente colgando de una brocha. Pero además, como nos creemos más que los demás, no nos importa.

Para completar, tenemos la capacidad para voltear las situaciones. El que llega puntual es un intenso. El que exige cumplimiento es un intransigente. El que pregunta es un cansón. El que pide explicación es un impaciente. El que se molesta, es un histérico.

Una sociedad que no cumple lo pactado, es una sociedad inviable por donde se le mire, pero ahí seguimos y así nos va, porque somos hombres de palabra, pero a las palabras se las lleva el viento…

@malievan