Somos una sociedad acostumbrada a hacer lo que le da la gana. Cada quien ejerce su libre albedrío como la posibilidad de joder a los demás, de pasar por encima de los demás, de ser más vivos que los demás.

La justicia, que debería ser uno de los pilares de nuestra cotidianidad, camina tan lento que cuando llega nadie la reconoce porque llega vestida de injusticia. Tal vez se pervirtió cuando dejó de ser un concepto para convertirse en una profesión. El ejemplo claro de la distancia entre una y otra, es la celeridad con la que actuó la justicia indígena y la paquidermia de la justicia tradicional, hoy en paro. Ser juez, hoy por hoy, no representa ninguna dignidad. Tal vez miedo, porque malhaya el día que le toque a uno ir a un juzgado o caer por alguna razón en la intrincada red del aparato judicial. Pavor, es lo que siente un ciudadano común al recibir una citación porque sabe que está en manos de la venalidad de un funcionario . O de su pereza. O de su incompetencia. O si opera un milagro, en manos de un hombre probo.

En otras latitudes, los únicos que le temen ir a la justicia son los que la han infringido. Acá, funciona al contrario, porque todo hay que decirlo: somos los campeones mundiales de la maña, de la trampa, de la simulación, porque para la mayoría de colombianos Ley sigue siendo un almacén, así lo haya comprado el Éxito. Y hablamos de la justicia cotidiana y no del triste espectáculo burocrático que se da en las altas cortes.

Y qué decir de la policía. No voy a generalizar porque la mayoría suelen ser hombres y mujeres dedicados, pero no hay mayor susto para un hombre de bien que lo pare un uniformado. Una requisa o un certificado de gases nos coloca a las puertas de infierno por que somos una sociedad que le teme al policía , pero no lo respeta. No hay agente que no salga chiflado cuando atrapa a un ladrón o detiene a un infractor. En ese sentido somos bipolares: exigimos autoridad pero cuando se ejerce, la abucheamos.

Sin embargo, hay que entender que muchas veces es un desprestigio bien ganado. ¿Puede generarle a uno respeto un policía bachiller chateando por celular en las estaciones de Transmilenio, mientras el hampa hace de las suyas, el vendedor nos atafaga y el cantante desafina? ¿Puede generar respeto un juez jugando parqués mientras está en paro? ¿Puede generar respeto un policía que hace ojitos golosos al infractor de tránsito? ¿Puede generar respeto un juez que participa en una marcha de togados? ¿Puede generar respeto un policía atrabiliario duro con los débiles y suavecito con los poderosos? ¿Puede generar respeto un policía motorizado infringiendo las más elementales normas? Es un círculo vicioso, pero si es vicioso, lo mejor es correr porque existe el riesgo de que llegue un juez o un policía a exigirle una mordida.

No se trata, ni mucho menos de hablar mal ni de la autoridad ni de la justicia, pero tal vez, si volvemos a su esencia, ya no tendremos miedo…

 

@malievan

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