Y se llegó el día, como llegarán todos. Desde hace 4 meses cuando Hernán Peláez anunció su retiro de La Luciérnaga entré en una especie de marasmo espiritual, como cuando a uno le dicen que un ser querido sufre de alguna enfermedad terminal.
No quiero ser melodramático, ni lambón, porque a Peláez no lo conozco ni siquiera de vista. No sé si es buena o mala persona. Si grita y putea como dicen que hacen los demás directores de medios. Si gana mucho o gana poco. Eso, como dice él, “es problema de Banduyo y que cada cual cuide lo suyo”.
Básicamente escribo para reconocer que me he hecho viejo escuchándolo. Yo, hijo último de una familia de siete, con pocos amigos por decisión propia, crecí cerca de un viejo transistor Sanyo de enormes pilas rojas Eveready, pilas que paradójicamente anunciaba Peláez y que por mucho tiempo le valieron el apodo de “ El Gato” por el gato de Eveready. Aunque pude ver el mundial del 70 en un viejo televisor en blanco y negro, mi primer gran recuerdo de Peláez fue en el mundial del 74 cuando fungía cono comentarista de Armando Moncada Campuzano al son de Beckenbaer y Overath. Un año después, pasó a Todelar, junto a Pastor Londoño, Oscar Restrepo, Vinasco, Torres Rueda, Ruiz Rubio, entre otros y ahí realmente fue cuando hice el link entre la radio y el fútbol. Hoy entiendo que ese vínculo tenía nombre propio: Peláez Restrepo. Fueron muchas tardes de fútbol, tardes de paletas y una que otra golosina, pero por encima de todo, eran tardes felices, tardes en las que los niños aún podíamos ir a fútbol.
En el 78, Peláez aún estaba en Todelar y gracias a la exclusividad que tenía Caracol sobre el Mundial de Argentina, no pude escucharlo. Pasado el tiempo, recaló en Caracol para revivir junto a Ortíz Alvear y su combo, un viejo programa de los años 60 en el que participaban Mike Forero, que era director de deportes de El Espectador; Humberto Jaimes, que tenía el mismo cargo en EL TIEMPO, Miguel Zapata Restrepo y Armando Cabrera Muñoz: La Gran Polémica Nacional de los Deportes.
Y fue amor a primera vista. Pude entender la emoción de Aureliano Buendía el día que su padre lo llevó a conocer el hielo. Religiosamente, como rosario y letanía de abuelita, escuché la Polémica de los Deportes, todos los días. Fueron más de dos décadas hasta cuando en diciembre del 2002 decidieron darlo por terminado, aunque Peláez ya se había ausentado poco tiempo antes. Esa tal vez fue la primera muerte de alguien cercano que yo recuerde, porque llegué a considerarlos parte de mi familia. Pero el mundo debía seguir y a la larga, ahí estaba La Luciérnaga desde el apagón de 1992. Y desde esa época hasta hoy he sido fiel oyente, incluso cuando Peláez se ausentó algo más de un año. Pero ya solamente le quedan dos o tres días y me he venido haciendo a la idea, dejándolos de escuchar de a pocos, porque aunque la Luciérnaga siga, para mí habrá muerto, no porque Gómez sea bueno o sea malo, sino básicamente porque será distinto. Parafraseando los comentarios de fútbol de Peláez, los próximos seis meses La Luciérnaga vivirá del trabajo hecho por su antiguo entrenador y a partir de ese entonces empezarán los cambios, las variantes, las innovaciones, pero le pasará como al fútbol del Barcelona cuando se fue Guardiola. Ya nunca nada será lo mismo.
Por eso, tal vez, no me gustan los diciembres, porque siempre se me muere alguien que quiero: Se murió la Polémica de los Deportes, se murió mi papá y ahora se me muere La Luciérnaga. Me queda el Pulso del fútbol, pero ya en un año, vendrá otro diciembre.