Ser pesimista en Colombia es una tarea realmente difícil. Titánica por decir lo menos. Día tras día nos debatimos en la dualidad de aceptar la realidad o de creer que todo va a cambiar.

Y es que algo va de la malparidez al pesimismo. Es la distancia exacta entre el amargo y el ácido. La malparidez es un estado de ánimo que puede golpearnos un martes de lluvia o un domingo a las seis cuando suenan las campanas para ir a misa. Tiene su dosis de maldad y mala leche porque es una actitud que se resume en odiar a los demás, incluidos sus sueños, sus miedos, sus proyectos, por la simple y llana razón que nos da la gana. Es temporal, como no, (aunque a algunos les dura más que a otros) pero alcanza para destilar y esparcir, ese agrio que todos llevamos dentro. Durante ese lapso de tiempo nuestro mejor amigo suele ser el pero, y por eso nos volvemos quejetas, nos acomodamos, nos asolapamos para quedar bien con todos, moderando el lamento o aumentando el lloriqueo. No nos reímos, nos burlamos. No defendemos, criticamos y por supuesto, no proponemos. Destruimos.

Ser pesimista en cambio es una filosofía, una postura ante la vida en la que se entiende que el gris también es un color. El pesimista es ante todo un incrédulo, un pragmático, un realista que se blinda ante las ilusiones y es por eso que, a la larga, sufre menos. Un pesimista tiene claro que los políticos no van a dejar de robar, que la pobreza es una forma de alcanzar la estabilidad económica, que la riqueza no cae del cielo, que el éxito no existe a no ser que sea un almacén y que por más que Nairo se haya ganado el Giro de Italia, no todo es color de rosa. El pesimista no se anda con rodeos pero no abre la boca si no le piden su opinión. No es un agnóstico sino que está bien informado. Sabe que aún hay esperanza pero le aburre hacer la fila. El pesimista, por ejemplo, tiene claras las inconsistencias de la “ ley de atracción universal” según la cual para conseguir las cosas basta pensarla y repetirlas. De ser así se habría ganado el Baloto hace años y no sentiría un alivio insustancial cuando no cae el premio gordo ni una envidia malsana cuando alguien se lo gana. El pesimista, pese a lo que muchos creen, tiene buen humor, es creativo y su mirada le alcanza para evaluar todas las posibilidades, incluido el fracaso, el no va a pasar, el no va a suceder y por eso el futuro necesita un pesimista que ponga los pies sobre la tierra. El pesimista también cree en Dios, lo que pasa es que entiende que es un tipo muy ocupado y hay que ayudarlo a ayudarnos.

En Colombia tenemos más días de malparidez que de pesimismo y por eso nos gusta criticar a todos y a todo, ir en contra de todos y de todo porque nos convertimos en optimistas desencantados. Sin embargo en algunos momentos retomamos la lucidez y aunque queremos que mañana salga el sol, estamos seguros que a medio día va a llover…

@malievan

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