Colombia puede ser de lejos el país con mayor número de intermediarios por metro cuadrado. Nos hemos acostumbrado a utilizar a terceros para alcanzar lo que el sistema nos niega o nos problematice conseguir. Todo hay que decirlo, colombiano que entorpezca y le dificulte la vida a otro colombiano, es un colombiano satisfecho.
El intermediario en nuestro país es el camino más largo, más costoso, más dispendioso pero en muchos casos, el único posible para obtener lo que necesitamos. Y aunque todos los usamos en algún momento de nuestras vidas, la intermediación también tiene estratos: Los ricos los llaman lobbystas, la clase media, tramitadores y los pobres lo llaman calanchín, el propio, la ficha, el sabecositas.
Son de una clase especial. Tienen el cuero duro, son mañosos, detallistas, simpáticos, trepadores, saben de lo que hablan, saben con quién hablar y tienen memoria de elefante. Suelen ser melifluos, entienden la importancia de la adulación y la melosería. Aunque se parecen y muchas veces los confunden, los intermediarios no son unos lagartos por definición, aunque sin duda, muchos pueden serlo. Son ante todos seres pragmáticos que no les importa ponerse de tapete con tal de conseguir el resultado.
En un país como el nuestro tan propenso a la leguleyada y la tramitomanía, es fácil que surjan estos personajes. Se requiere de un tercero para conseguir un cupo en un jardín infantil de alta alcurnia como para un colegio distrital, para conseguir un trabajo, para obtener un contrato, para ganar una licitación, para gestionar una pensión, para una beca, para un préstamo bancario, para el traspaso de un carro, para obtener un descuento, para una cita médica, para aparecer en un medio, para la boleta de un concierto y hasta para un cupo en el SISBEN, entre otras muchas cosas.
En Colombia hay tantos intermediarios y tramitadores como diligencias haya que hacer. Los hay ministros, súper ministros, magistrados, jueces, políticos de cualquier pelambre, relacionistas,concejales, ediles, funcionarios de cualquier nivel, gerentes de oficina, cajeros bancarios, secretarias, porteros, buscadores de talento, calibradores de ruta y bulteadores de Corabastos, porque colombiano que se respete siempre tiene “alguien que le puede ayudar con la vuelta”.
Y aunque no es un espécimen colombiano ( de hecho el término surge de los grupos de presión de la Cámara de los Comunes de Inglaterra y en Estados Unidos está debidamente reglamentado) en nuestro país, la actividad se ha perrateado porque generalmente hay plata y trampa de por medio. El tráfico de influencias es pan de cada día y colarnos en la fila es la forma colombiana de ponernos en el lugar del otro.
La intermediación es la pértiga que nos permite saltar el enorme muro que ha construido el sistema para impedir que el ciudadano de bien satisfaga sus necesidades. Y es que el lobby es como Dios, todos saben que existe, pocos lo ven y todo lo puede…