Dicen que los problemas suelen ser oportunidades, pero en nuestro caso los problemas y las desdichas de los pobres suelen ser la mejor oportunidad para nuestros políticos, que como aves carroñeras se lanzan sobre la tristeza de los desventurados para darse vitrina, para aparentar una solidaridad que no tienen, para ofrecer soluciones que cuando pudieron nunca hicieron, para criticar, para que los entrevisten con la recua de lagartos que conforman su guardia pretoriana, en fin, para llevar lumbre en la Roma ardiente de Nerón.
No había acabado de bajar la avalancha de la Liboriana cuando el expresidente Uribe apareció para decir, para ordenar, para criticar, para censurar, para señalar, para aparentar, diciendo todo aquello que si como Gobernador y Presidente hubiera hecho, la quebrada hubiera atravesado Salgar en forma menos estridente y destructiva. Y a Uribe le siguió Santos, como no, tarde, como no, a ofrecer casas gratis como no, a prometer toda la ayuda del gobierno nacional, como no, intentando no manchar de barro sus zapatos. Y a Santos le siguió Fajardo y a Fajardo todos los demás, las rendones y los petros que desde el desastre bogotano también trinó ( por suerte no llegaron ni el Procurador ni el Fiscal, ni Roy, ni Vargas Lleras) mientras los pobres lloraban su tragedia que bien hubiera podido evitarse porque a los pobres no les pasan las malas cosas porque Dios lo quiera así, sino que les pasan por el simple hecho de ser pobres, pobres que tienen que asentarse en las riberas de los ríos y quebradas, pobres que tienen que construir sus casas con materiales de mala calidad, que sueñan como decía Galeano con que “ algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte. Pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba”.
Y es que si bien las avalanchas dejan la tristeza, las promesas incumplidas dejan el empute, porque aparte del dolor y la desolación que dejan estas tragedias, la desdicha de los pobres es que van a ser usados por todos para camuflarse de benefactores y proveedores del maná. Cuando cese el hedor, se seque el barro y los damnificados se rehagan, los buitres y los chulos alzarán sus alas para irse en busca de una nueva tragedia.
Pobres los pobres de Salgar porque además esta tragedia les cayó en la antesala de una campaña electoral donde les prometerán, les ofrecerán, los convidarán, pañitos de agua tibia para una fiebre que no cede: la inopia.
Como diría Pambelé, es mejor ser rico que pobre, pero es que acá se abusa…