Bogotá ha recuperado con creces su apodo de antaño: La Atenas Suramericana. Hoy es una ciudad en ruinas.
Por las razones que todos sabemos, Bogotá es una ciudad devastada, desolada, angustiada, desconsolodada, amargada y además, entristecida. Los últimas administraciones ( alcaldía, concejos y JAL) la saquearon, la vapulearon, la despojaron y por encima de todo y lo más grave, le robaron la esperanza.
Y es que ya no se trata del carrusel de la contratación o del caos del transporte o del desgreño administrativo. A los ciudadanos de a pie, o por lo menos a mi que he nacido y vivido en esta ciudad toda la vida, lo que nos duele es el sinsentido que se mueve en forma cotidiana. Basta arriesgarse con ir al centro, preso de un despelote descomunal, donde los olores a mierda mezclados con orín y arepa callejera nos hacen lagrimear. La basura acumulada, las canecas rotas, los huecos rompetobillos, saltimbanquis de dos pesos, los pitos y el desorden, la comida descompuesta, la séptima enmohecida y triste, los pitos y el desorden. Sin embargo, nuestro desconcierto no sabe de estratos. Sesenta cuadras más al norte la anarquía sube de nivel en medio de la venta de drogas nacionales e importadas, la insolencia se viste de usted no sabe quien soy yo, la batahola de taxis rondando la carroña, bares y lupanares disfrazados, niños impúber borrachos y drogados, caos estrato cinco y seis.
Y así podemos seguir recorriendo a Bogotá de norte a sur, de oriente a occidente, para encontrarnos con una ciudad donde el delito nunca duerme, el desbarajuste no descansa y el barullo es incesante. Acá no se trata de izquierdas ni derechas, porque este despelote no tiene ideología. Lo peor de todo es que se nos vienen los políticos a prometer lo prometido, venta de humo callejera y digital, para captar ingenuos, para sonsacar voticos, para instalarse a ver la ciudad como se cae.
Tal vez pueda ser un comentario poco positivo, tal vez sin esperanza. O puede ser el mareo del olor a chicharrón tostado que se vende por las calles…