Colombia es un país diferente. Hemos progresado y pocos rastros quedan del que teníamos hace tres décadas. Parte de ese cambio es, sin duda, el nivel de preparación que una parte pequeña de la población, una verdadera élite, ha logrado adquirir, la mayoría de las veces por esfuerzo propio. Hoy tenemos un puñado de profesionales preparados, estudiados, con un nivel y una inteligencia superior que habla bien de todos.
Sin embargo, ese nivel de preparación pareciera suspendido en el tiempo, en la nube desde la cual nuestros intelectuales (no todos por supuesto) otean el panorama para no tener que untarse. Intelectuales preparados que no se dejan masticar. Son tan brillantes que enceguecen. La teoría los hace inmunes. Nada los toca, nada los perturba, viven en una burbuja a la cual solamente acceden los de su misma categoría, como en cualquier bar de Cartagena, en el que exigen las credenciales de blanco o de play para poder entrar. Son, o por lo menos se comportan, como la peor de nuestras divas, porque entre más saben, más dogmáticos se vuelven, más intolerantes, más sectarios, más fanáticos, más intransigentes. Intelectuales de primera, inalcanzables para los ciudadanos de segunda.
Pese a su nivel de preparación y su nivel de inteligencia, la vida cotidiana los atropella. Hablan de macroeconomía y no saben el precio de una bolsa de leche, dictan cátedra sobre todo pero viven presos de sus miedos, pontifican sobre el diálogo pero no hablan sino con sus iguales, preconizan sobre el pre y el pos conflicto y viven una eterna guerra. Son profundos, pero la mayoría de actitudes frente a lo cotidiano, a lo terrenal, a lo humano, parecen sacadas de Cosmopolitan o Fucsia.
Doctos, eruditos, sabios, ilustrados, para quienes los demás somos una caterva de ignorantes poco dignos. Genios a los que se les quema un pocillo de agua, porque la metafísica no entra a la cocina. Talento insustancial, incapaces de coger un Transmilenio o comerse una empanada por la calle.Su conocimiento, tan profundo y denso, no logra colarse por ninguna hendija por lo que nunca llega a nuestras calles polvorientas o llenas de huecos. Sus brillantes elucubraciones y profundas investigaciones muchas veces rayan en lo obvio, pero barnizadas con citas de otros intelectuales tan inteligentes como ellos, adquieren un aura de intocable.
Un país como el nuestro, tan complejo y enredado, tan burdo y confundido, sí que los necesita. Bastaría con bajar un pie del pedestal y a veces pisar la mierda que dejan los perros en el parque…