Hay a quien le parece una ridiculez, una bobada, una extravagancia. Hasta una rareza. Sin embargo, como en marcha estudiantil, que tire la primera piedra quien no lo haya hecho o por lo menos, lo haya intentado. Dedicar una canción, un poema, un libro, un trabajo, es una práctica tan vieja como el hombre mismo. Uno lo hace porque quiere decirle a alguien o a algo que de alguna manera ha sido importante y que para bien o para mal ese alguien o ese algo, lo hicieron posible. Por lo menos eso me pasa.
Una cosa es dedicar una canción o un poema que no es de uno y que busca básicamente recrear una situación, expresar algo que uno no puede, decir lo que no se nos ocurre, explicar nuestras razones en palabras de otros, argumentar con las ideas de alguien más. Otra muy distinta, dedicar algo que hemos hecho con nuestras propias manos, con nuestras propias ideas, con nuestro propio esfuerzo, que lo que pretende es hacer una extensión de lo que somos, de lo que creemos, de lo que sentimos. Si es amor, amor. Si es odio, es odio. Pero nunca indiferencia.
Por eso, las dedicatorias, como los yogures, tienen fecha de vencimiento, lo que no significa que uno se pueda desdecir porque luego de saltar al abismo no hay posibilidad de arrepentirse. Puede que lo que uno haya escrito ayer, hoy no tenga significado, pero en su momento lo tuvo. Y fue importante. Y fue especial. Y fue vívido. Y fue revelador. Es como ver el retrato de una persona que ya no está y por eso creer que no existió. Las dedicatorias, los aviones y los espermatozoides, no tienen reversa. O no deberían, porque deben ser un hecho racional, medido, meditado, preconcebido, estudiado, rumiado, masticado y vuelto a masticar. Dedicarle algo a alguien no puede ser un acto de culiprontismo, de falsa diplomacia, de astucia política, de precoz eyaculación mental. Sobra decir que desdecirse de una dedicatoria a favor de otro, es casi un acto de traición pero con uno mismo. Y sobra decir también, que lo que dedicamos ayer, no nos sirve para dedicarlo hoy porque con seguridad significa otra cosa.
La historia de las dedicatorias es un poco la historia de nuestra propia vida. Son fotografías exactas de momentos específicos. Puede que hoy no utilicemos un pantalón botacampana o un copete tipo Alf, pero en su momento nos pareció lo máximo. Todo tiene su tiempo. Todo tiene su espacio.
Sé que esta columna salió un poco rara. Debe ser que no tuve a quién dedicarla…