Me encanta ser un clase media. De esos que disfrutamos lo mismo un petaco de cerveza en una tienda, que un coctel en el Nogal, que nos gozamos por igual una langosta que una morcilla, (de la angosta o de la gruesa), una noche de sushi o destapar un tarro de atún Van Camps para revolverlo con la pega del arroz.
Ser de clase media colombiana no es una condición social ni económica sino una forma de ser, de entender el mundo, de afrontarlo y de gozarlo. La mayoría crecimos jugando banquitas en la calle, hasta que el dueño del balón se emberracaba o al gordo que tapaba, le daban un balonazo en plena cara. Jugábamos soldados libertados, carreras de tapas de gaseosas, bolitas de cristal o ponchados. No existía el whastapp pero aprendimos a chiflar, nos robábamos las frutas del Carulla, echamos pólvora y globos en Navidad, nos alegrábamos al soltar un dobladillo, fuimos al teatro Imperio a ver películas porno y al 20 de Julio a pagar una promesa. De alguna manera, los que somos de clase media somos una especie de gamines reformados, gente de bien, que nos reímos de la vida, que no nos da pena decir que andamos en Transmilenio, que compramos a crédito con la tarjeta de Codensa, que hacemos mercado en el Éxito y ahora en el D1, que hicimos un cursito de inglés en ‘el Colombo’, que aún debemos el carro y parte de la casa, que nos casamos por la iglesia y nos separamos por notaria y que ahora vivimos “ rejuntados”.
Los de clase media somos gente buena. De esos de los que las niñas bien se enamoran y enloquecen hasta que nuestra exigua billetera las aburre, pero siempre dejamos buen recuerdo. Pagamos nuestro estudio con el crédito de Icetex al que accedimos luego de rogar en la familia por un fiador con finca raíz y nos hemos superado, pero aunque hayamos subido en la escala socioeconómica, las mañas no se borran y por eso somos felices, porque sabemos reírnos de lo que nos pasa, de lo que nos aflige, de nuestras propias lágrimas. No es que no tengamos aspiraciones como piensan los ricos, porque como dice Galeano “soñamos como sueñan las pulgas con tener un perro” sino que nos gozamos lo que tenemos y entendemos que la única felicidad no está en la plata.
La clase media también sabe de estratos. Los hay de todo tipo: Los de clase media – alta, arribistas y posudos, que dicen ser lo que no son, que sueñan con un carro último modelo y un apartamento en Los Rosales o en Santa Ana. Los de clase media- media, que compramos la ropa en Arturo Calle y Falabella, que escuchamos la W, que disfrutamos yendo a Crepes and Wafles y a Bogotá Beer Company, compramos carro a crédito y soñamos con un hijo graduado en la Javeriana o el Rosario. Los de clase media- baja, que se gozan un funeral, un partido de la selección, un viaje a Girardot o lo que sea. Gente sin complejos, que se ríe sin miedo, sin pena y sin prisa.
La clase media mueve el mundo, mueve el país. Somos el jamón del sándwich, la alegría y el trompo de poner. Nos faltarán cosas pero la pasamos bien y nos reímos sin pedir permiso…