Somos los reyes del apego. Nos gusta llorar por lo que ya no es, sufrir por lo que pudo ser, sollozar por lo que ya no está. Vivir en el pasado nos da la seguridad de pisar lo andado porque el presente es un constante abismo y el futuro ni siquiera existe.
Nos apegamos a las personas y a las cosas, por inseguros, por pasados no resueltos, por egos como maíz inflado y por físico culillo de intentar nuevos caminos. Los colombianos somos expertos en guardar cosas, en acumular recuerdos, en coleccionar odios, en atesorar reminiscencias. Padecemos de una especie de síndrome de Diógenes que nos empuja a llenarnos de basura, material y emocional y por eso vivimos cargados de miedos y fantasmas.
Nuestros políticos que alguna vez fueron, se resisten a aceptar que ya no son. Todo exfuncionario, extécnico de fútbol, exnovio, exesposo y todos los que de alguna manera somos ex, tenemos la fórmula para hacer lo que no hicimos porque vivimos apegados al pasado, llenos de polvo y paja. Por eso nos aferramos a lo que fuimos intentando revivir un muerto. Cuando el olvido nos llega tarde, por lo general, un tercero paga el pato, porque queremos que haga las cosas como las hacíamos o como nos las hacían en el pasado o porque simplemente no queremos entender que el troglodita que nos hizo daño, ya no está. No podemos aceptar que todos somos iguales, es decir diferentes y por eso le colgamos a los nuevos, las lápidas o los altares del pasado, bien para hundirlos y condenarlos o bien para adorarlos sin motivo. Somos capaces incluso de auto flagelarnos, de auto sabotearnos por estar mirando atrás.
Nuestro ego es tan grande que no nos alcanzan los espejos. A veces creemos ser huracanes cuando en realidad no llegamos ni a llovizna que no amerita una sombrilla. Nos metemos el cuento de ser más importantes de lo que en realidad fuimos y no aceptamos que nuestro tiempo ya pasó. Vivimos apegados al pasado porque tampoco podemos aceptar que ya no somos, porque no queremos entender que el mundo sigue sin nosotros, que los otros toman decisiones en plena libertad, lo que nos los condena, así nos duela.
Sin embargo llega el momento en que la vida nos empuja a mirar otros mundos, a buscar otras bocas, a experimentar nuevos errores, a escarbar nuevos caminos, respetando los pasados, pero llenando de ilusión todos los nuevos,(que incluso pueden ser los ya vividos que volverán, pero distintos) porque tal vez el problema no es olvidar sino encontrar nuevos motivos ya que el desapego consiste tan sólo en cambiarse de ventana…