Intentar explicar nuestra bipolaridad es como intentar explicarle a un marciano, la malparidez de una tarde de domingo. Somos un poco esquizofrénicos porque generalmente pensamos una cosa, decimos otra y luego hacemos algo diferente y por eso siempre se nos ven las costuras.
Cambiamos de parecer con facilidad porque generalmente nuestras opiniones se basan en la emoción más que en la razón. O viceversa. Somos precoces eyaculadores mentales que vamos diciendo, que vamos hablando, que vamos proponiendo, que vamos prometiendo, lo que se nos viene a la cabeza, sin medir las consecuencias, sin pensar en los alcances, tal vez porque no entendemos, o no queremos entender, el valor de la palabra.
Somos como un pan blandito. Suaves, esponjosos, espichables, moldeables y cuando nos endurecemos somos como un pan viejo porque lo hacemos a destiempo cuando ya no hay nada qué hacer. O casi nada. Y hay que aceptarlo. La coherencia no es nuestro fuerte. Nuestra inseguridad se escribe con H de “ huecos sin llenar” . Nos encanta el Kamasutra y por eso variamos de posición a cada rato. Nos decimos de izquierda siempre y cuando nuestra nevera esté llena o el serlo no fuera más que una pose intelectual para sentirnos cool y con menos complejos de culpa. Nos decimos de derecha siempre y cuando las normas y los principios los cumplan los demás o el serlo no fuera más que una posición ante el mercado. Nuestra espiritualidad depende del nivel de nuestros líos porque nada nos vuelve más religiosos que un problema no resuelto o una enfermedad sin solución. No nos gusta la soledad, pero hacemos lo posible por alejar a los que están cerca. Cuando estamos en pareja miramos al del lado porque nada produce más adrenalina que mirar el plato de sopa de los otros. Somos individualistas pero actuamos en manada. Reímos para enmascarar nuestro dolor y fingimos lo que no sentimos. En la mañana decimos que lo amamos y en la tarde lo puteamos. Hoy decimos que sí y la semana que viene decimos que no. Y es que el problema no está en cambiar de opinión sino hacerlo en forma tan constante.
Sentimos la necesidad inmensa de prometer, como si el no hacerlo nos condenara. Nuestra incontinencia verbal nos hace prisioneros porque nos arrepentimos casi al mismo instante que la palabra sale por la boca. Nuestro nivel de compromiso siempre se resuelve por el lado más delgado: los demás, que son los que se joden, que son los que llevan del bulto.
Como ve señor marciano, no es que haya mucha vida inteligente y hay cosas que no tienen explicación…