Nuestros políticos tuercen un riel y suelen ser un tumor maligno que se incrusta en nuestras vidas. No hay que generalizar y decir que todos, pero lo que hace el noventa y ocho por ciento , le daña la imagen al dos por ciento restante.
Suelen ser oportunistas, mañosos, marrulleros, pícaros, tramposos, aprovechados, ladinos y taimados. Son como esos hijos drogadictos, que aparecen de vez en cuando a ver qué se pueden robar, a quién pueden engañar, a quién sacarle provecho.
Y no es que uno quiera hablar mal de ellos o que la opinión pública les cargue la mano. No. Por el contrario, les tenemos la medida y sabemos quiénes son y las triquiñuelas que utilizan, porque además son abusivos y poco creativos y repiten las marrullas cada tanto. Y nosotros las volvemos a creer, que es lo más triste.
A nuestros políticos les encantan los besitos andeniados. Prometen puentes y si hace falta ponen ríos, escuelas sin maestros y maestros sin escuela, casas sin cuota inicial, salud, vías y en general, maná del cielo, porque la política, nuestra política, es el arte de prometer sin ser descubierto a tiempo.
Una vez son elegidos, desaparecen o se hacen invisibles, impenetrales, inalcanzables y se forran en una especie de teflón que los hace incombustibles. Mientras tanto, nosotros nos quedamos con la pena y con la rabia, como si con eso algo nos cambiara. A nosotros nos basta con quejarnos, lo que en últimas no nos ofrece ninguna solución, excepto el despojarnos de la rabia.
Su inmortalidad es legendaria, porque cuando uno los cree cadáver, resucitan, se reencauchan y reencarnan, bien en ellos o bien en cuerpo ajeno. No hay político que pueda darse por muerto, porque si algo hay que abonarles es que son persistentes, tercos, testarudos y tenaces. Político que no haya tenido la posibilidad de gatear en tapete, arranca su carrera en consejo de administración de conjunto residencial pasando por edil, concejal, congresista y los más afortunados llegan a alcaldes, gobernadores, ministros y hasta presidentes, para terminar reciclado en expresidente, que en nuestro caso, es el único cargo con licencia para joder de vez en cuando.
Tal vez todo sería diferente si al primer besito andeniado, nos hubiéramos cabreado…