Hay momentos en la vida donde se hace necesario que los amores sean para siempre, porque cada día de más es un día de menos. Y no se trata de esos amores tristes donde uno llega raspando la olla y le toca conformarse con lo que haya, sino todo lo contrario. Se trata de amores vitales, llenos de energía, de magia, de sueños, de ilusiones, libres, desinteresados pero no sin interés y con la deliciosa posibilidad que nos brinda la experiencia.

El mercado del usado no tiene por qué convertirse en un circo vergonzante, de carpas rotas, payasos mal vestidos y malabaristas de tres pesos porque llega el momento de hacer valer las millas recorridas, ya que finalmente uno ahorra toda la vida para poder tener su amor propio, que será poquito pero por lo menos es de uno. A esta edad no valen las mentiras, porque poco nos importa, o poco nos debe importar, que las cosas nos empiecen a colgar. Podrán caerse las tetas o los párpados, pero no la dignidad. A esta edad, se nos van acabando las razones para que nos amen y solamente va quedando lo que somos, que es lo que verdaderamente debería contar. Ya no vale lo que tenemos, lo que decimos, sino lo que somos y lo que sabemos.

A esta altura de la vida uno ya debería saber lo que quiere, cómo lo quiere, cuándo lo quiere, por dónde lo quiere y en muchos casos, lo que está por definir es con quién. Sin embargo y aunque muchos lo hacen, y en el intento fracasan, ya no estamos para experimentos, ni para degustaciones de supermercado. Tenemos la suficiente experiencia y paciencia para esperar a la que toca y no para jugar a la ruleta rusa y esperar cuál será el balazo que nos mate.

Lo mejor de todo es que no nos damos cuenta cuando llega. Cuando menos lo esperamos, cuando más tranquilos estamos, cuando menos lo buscamos, el amor llega a la puerta como un rayo, como activista religioso o vendedor de producto multinivel, que no aceptan un no como respuesta, con la diferencia que este soplo de vida nos alegra la existencia. Y es cuando toca apostarlo todo, darse por completo, dejar afuera las mañas y llenarse más bien de ganas, matar los miedos y tirarlos por la ventana para que se los coman los perros, espantar los fantasmas y aceptar y recibir el amor como lo que es: la oportunidad, tal vez la última, tal vez la única, de ser feliz por lo que resta de vida.

Si con todo lo vivido, uno no es capaz de reconocer el oro entre la escoria o le gana el ego, habrá perdido el año sin excusas y no habrá más remedio que la soledad, una mascota, o lo que es peor, aceptar a otro despistado como uno para calentar los pies cuando arrecie el frío en las madrugadas, la fórmula perfecta para la amargura. No hay lugar para las dudas, porque las segundas oportunidades como los buenos polvos no vuelven a presentarse.

Estos amores no tienen fecha de vencimiento y no tienen garantía porque son irrompibles. Finalmente, amar a alguien en la cima de la vida suele ser fácil pero para amar a una persona que toma el camino de bajada, se necesita mucha berraquera. Estos amores no necesitan tiempo, necesitan cojones porque nos acompañarán hasta la muerte…

@malievan

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