De un tiempo para acá, me siento menos solo que de costumbre. Me duele un poco menos que la mujer que amo ya no me quiera o que mis hermanos se peleen o que los amigos se hayan ido. De un tiempo para acá, siento el abrigo de gente que me hace saber que me necesita, que me pide el apoyo, que me sonríe sin mirar quién soy.
Y puede ser que sea tan sólo una ilusión o una mentira que me meto, pero ese reguero de simpatía, lo siento en todo lado: en la radio, en la televisión, en la prensa, en la calle. Gente aparentemente buena, que sonríe, que me vende la esperanza que habrá un mejor mañana y que cuentan conmigo para eso. Gente de todos los colores, gente de todos los sabores, gente que piensa diferente aunque quieran lo mismo, gente que se dice honesta y trabajadora, gente transparente, gente que no me conoce y a pesar de eso, me extiende su mano. Mi sueño dorado, sin duda: ser importante para alguien.
Pese a todo, debo ser realista. Esta agradable sensación desaparecerá el domingo en la noche o en el mejor de los casos el lunes bien entrada la mañana y no será la primera vez que pase. En medio del desfile de quemados, de disculpas perdedoras, de alianzas estratégicas, de rencillas olvidadas, de triunfos de papel, se olvidarán de mí y de usted y del de más allá. Incluso de usted que reparte tamales enfundado en esa camiseta que a partir del martes será pijama. Será como la versión en blanco y negro de la tierra del olvido.
Sin embargo debo reconocerlo. Esta vez, como hace cuatro años o como he hecho desde que tengo memoria electoral, tampoco le creí. La verdad, me confunde eso de que la política es dinámica o su capacidad de acomodarse o eso de que aparezca como marioneta de su jefe. No entiendo bien ese juego de los buenos y los malos mostrándose los dientes pero que al final de la jornada se rascan entre todos la cabeza. Me enreda el hecho que gane quien gane, pierda quien pierda, igual seguiré pagando impuestos altos, luchando literalmente un lugar en Transmilenio, puteando por el hueco que dañó el rin de mi automóvil, rogando porque a mí o a mis hijas no nos roben, durmiendo en los trancones y esquivando a los vendedores ambulantes.
Seamos sinceros, esta relación no tenía ningún futuro. Tal vez no es usted, soy yo y lo mejor es darnos tiempo. Y espacio, aunque en el fondo usted y yo sabemos que todo acaba cuando acaba. Se bien que volveré a mi soledad y su sonrisa, como la de ella, se la llevará el viento o tal vez se quede en una valla hasta que la borre el tiempo.
La próxima semana volverá a dolerme que mis hermanos se peleen o que mis amigos se hayan ido, pero ya pasará. El dolor que no me ames si durará toda la vida…
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