Podríamos decir que nuestro sistema democrático es casi perfecto porque todos ganan. Todos, de alguna manera reclaman el triunfo. Igualmente, nadie pierde. Los que quedan de segundos, de terceros o en la cola, siempre tienen una disculpa que obviamente nunca pasa por aceptar que su campaña fue muy mala, sus propuestas poco convincentes o simplemente porque como candidatos eran muy malos.

Y es que nuestros políticos y sus partidos tienen todo, menos una ideología. Ellos y nosotros nos hemos acostumbrado a votar por las personas y no por las ideas, que finalmente uno creería que es de lo que se trata la política. No hay que decirnos mentiras: En nuestro país no se diferencia un partido de otro porque lo que hoy es, mañana puede no serlo y lo que se dice hoy, mañana puede acallarse en virtud de las circunstancias o del hecho simple, banal y absurdo que la política es dinámica.

Los partidos son un chiste y en el mejor de los casos una iglesia patronal donde se venera y se idolatra al caudillo de ocasión. Los partidos que se dicen verdes, poco entienden o hablan del medio ambiente, los liberales suelen ser retrógrados, los uribistas dependen del genio de su jefe, los godos, de los puestos que les den, los de izquierda de lo que quieran los maestros y los contratos que se puedan dar, los de la llamada unidad nacional, de la mermelada que se chupen. El resto, son una serie de microempresas electorales, unas SAS de la política, que cambian y se renuevan cada cuatro años.

Y de nosotros los ciudadanos del promedio, ni hablar. Los que se proclaman de izquierda son más extremistas que cualquiera. Incluso en sus relaciones personales se niegan a entablar el diálogo y mucho menos a aceptar posiciones divergentes. Su palabra suele ser verdad revelada y los que piensen diferentes no son más que unos trogloditas y en el mejor de los casos, una guevas. Los de derecha, ni se diga. Pulcros, pulquérrimos, desinfectados, les encanta hablar del orden y de la autoridad, siempre y cuando la ejerzan ellos, se la salten ellos, les sirva a los intereses de ellos. A los de centro les gusta más el equilibrismo que el equilibrio y sus opiniones y sus convicciones tienen un poco menos de fuerza que un merengue.Y los sin partido simplemente esperamos la ocasión para acomodarnos.

Y no se trata, por supuesto de promover la militancia de carnet, pero por lo menos guardar cierta coherencia entre lo que se piensa, se dice, y se hace. Y eso es lo difícil y en nuestro caso, lo imposible.

Hoy debería haber gente triste y gente muy feliz, pero lo que uno ve por las calles es gente satisfecha. Y así nos va…

 

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