Somos un país de locos. Sobre una misma situación, pensamos, sentimos, decimos y hacemos cosas diferentes, porque nuestros argumentos suelen ser elásticos. La coherencia no es propiamente nuestro fuerte y de ser variables y parchudos, saltamos a la ciclotimia y luego nos graduamos de bipolares como quien aprende el Kamasutra por Youtube.
Nuestras neurosis arrancan desde esa batalla interna que libramos cada día al no actuar en forma coherente con lo que pensamos y decimos porque nos arropamos en la lógica de un Transmilenio en hora pico, donde es mejor acomodarse así suframos el estrujón, a esperar el bus siguiente y viajar como se debe. Todo lo queremos instantáneo y a la medida. Somos pragmáticos, al punto de no dudar en traicionarnos con tal de conseguir una victoria momentánea.
La incongruencia es nuestro pan de cada día. Decimos los te amo sin sentirlos o si lo sentimos no somos capaces de decirlo. Nos comprometemos a cosas que no nos gustan y decimos otras con las que no estamos de acuerdo. Pensamos si, decimos no, sentimos que quién sabe y nuestra única claridad es el sol de madrugada porque en la mente y el corazón estamos llenos de nubes oscuras y borrascas tormentosas. Preferimos lo que queremos antes que a las personas a quienes queremos. Vivimos en la mentira y en el mejor de los casos nos gusta ser calientahuevos que prometemos lo primero que se nos viene a la cabeza y luego no tenemos el menor recato en salir corriendo. Muchas veces pensamos primero en conseguir lo que anhelamos para luego ponernos a rogar por lo que verdaderamente necesitamos.
Y para completar, aparte de incoherentes somos tercos y descarados porque aunque los calzoncillos nos queden estrechos nos negamos a aceptarlo y preferimos morirnos con la nuestra a aceptar que nos equivocamos, aun a cuestas del escozor en el escroto. El perdón y las disculpas son palabras y acciones que no existen en nuestro diccionario y preferimos pasar de agache, hacernos los locos y esperar que el tiempo haga lo suyo, antes que aceptar que la embarramos, que nos equivocamos que dijimos o hicimos algo que no era y por eso vivimos en constante contradicción.
La incoherencia es el mal de nuestros días y el punto tal vez sea no vendarse. O no venderse…
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