Dicen que nació en la comunidad Churritsirra del corregimiento de Tawaira, jurisdicción de Uribia. Algunos cuentan que se llamaba Perla Uriana. Lo único cierto es que no alcanzó a cumplir un año. No logró siquiera llegar a una edad en la que hiciera conciencia de lo que significa el hambre y la miseria. Su muerte no alcanzó a desplazar en los titulares de los noticieros a los videos de los atracos en las tiendas de los barrios, al pipí del ex defensor, o lo mal que la pasamos los colombianos de ciudad por este calor que nos agobia ¡Qué sofoco y qué pesar con tanta gente bien que la estamos pasando tan mal!
Su muerte no fue, ni será, trending topic porque los tuiteros tan críticos que somos, tan inteligentes que somos, tan opinadorcitos que somos, pensamos que es más importante hablar del paso de Guardiola al City o darle la bienvenida a un nuevo mes, que poner el grito en el cielo por una niña que se muere, porque al fin y al cabo para el resto de nosotros, las niñas guajiras son todas igualitas.
Pero no nos digamos mentiras: un país al que se le muere una niña por desnutrición, no tiene derecho a nada, porque el resto importa poco. Un país al que se le muere una niña por desnutrición, debería ser cerrado, con todos nosotros adentro y vendido por chatarra para que un escultor medio loco y medio vago haga un monumento a la desidia, mientras se fuma un porro de marihuana o se emborracha con un whisky de tres pesos. Un país al que se le muere una niña por desnutrición es un país inviable, un país indigno, un país indecente, un país sin ningún tipo de vergüenza.
El que se muera una niña por desnutrición nos pone a las puertas del infierno, pero que al resto nos importe poco, nos debería dar una patada en el culo y condenarnos para siempre, porque nos retrata como nación y nos deja ver las costuras con las que estamos hechos, porque la culpa no es de Santos, ni de Uribe, ni de las Farc, ni de los paracos, ni de los políticos que roban y se ufanan, ni de la iglesia que observa y que se calla, ni de los contrabandistas del Old Parr y Marlboro caribeño, sino que tal vez, la culpa sea de todos ellos juntos, pero también de todos nosotros, tan llenos de mochilitas wayuu por las que pagamos cifras astronómicas, tan hipsters con nuestras aseguranzas y nuestros hilitos guajiros colgando en las muñecas, mientras miramos para otro lado.
Hoy deberíamos estar de luto como país pero tal vez el negro no sea buena idea para este calor que nos sofoca en las ciudades…
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