
Estamos presos de la histeria y ese tal vez es el mejor resumen de nuestra propia historia. Nuestros juicios y nuestras opiniones provienen más de las entrañas que del poder de la razón y por eso nos gusta más gritar y vociferar que hacer la pausa para crear un argumento.
Hemos hecho de la histeria nuestra mejor explicación y por eso nos fascinan los embrollos y la algarabía, porque en medio del bramido, es fácil camuflarse. La montonera nos salva y por eso organizamos marchas de dos pesos como hacen los del Centro Democrático para protestar que la justicia también se les aplique, o su club de enardecidos seguidores que vociferan la santidad del Elegido, o los petristas para defender la herencia de su líder aunque esta no sea más que deudas, libros inservibles y una cola de demandas, o los usuarios de Transmilenio que lo bloquean y lo rompen para llegar tarde y bordear la posibilidad de un despido y terminar pagando a largo plazo los destrozos. La gente con el alma enrevesada no sabe de estratos, ni de razas, ni de géneros, ni siquiera de edades, porque la vocinglería se da silvestre como los ladrones y los huecos. La neurastenia es esa rara condición de la miseria humana que nos alegra el corazón al amargarle la vida a los demás y en eso, como en muchas otras cosas, los colombianos somos campeones. Somos rabones, retorcidos y perversos, pero cuando nos lo hacen a nosotros, nos ponemos a llorar.
Y qué decir de lo que pasa en el mundo digital donde nos sentimos libres de aullar lo primero que se nos viene a los dedos, como si no hubiera consecuencias. Berreamos, lloriqueamos, regañamos, porque las redes nos permiten decir todo aquello que en la vida real no somos capaces de sostener y porque lo que importa no es convencer sino crear un poco más de confusión.
Injuriamos y puteamos porque no nos gusta discutir, que no es más que la posibilidad de conocer el universo inmarcesible de la opinión de los demás. Nos da pereza pensar y aceptar la diferencia y por eso el alarido es nuestra mejor explicación. Nos hemos atrincherado en la gritería para decir lo que sentimos sin importar los resultados, para huir sin dejar huella, para vender humo sin siquiera encender la hoguera. Los bramidos nos permiten decir sin filtro todo aquello que creemos o sentimos porque a la larga el objetivo es meter miedo, llenar de culillo a los demás para masticar tranquilos nuestra propia desconfianza. Luego, cuando el daño ya está hecho, nos hacemos los locos o esbozamos una tímida disculpa que algunas veces puede no alcanzar. Hay que decir sin embargo, que algo va de la histeria a la franqueza, que no es más que un argumento sin adobos y en estado natural que puede tener mal aspecto, pero que al final siempre se agradece.
Por eso tal vez, a nuestra historia le sobran los gritos y le faltan argumentos…
Una invitación a @malievan
así es,totalmente de acuerdo con tu artículo, en éste país es sólo aullidos y nada de argumentos…..
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bla..bla bla..
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