No sabemos aún si tendremos apagón, pero por lo menos así nos lo dicen los expertos que nos asustan con el coco para que nos comamos las verduras, luego se retractan y que no, que mentiritas, para que al final todos terminemos comprando velas y velones. Lo cierto es que el Fenómeno del Niño, el desperdicio y la imprevisión, nos tienen al borde de la penumbra.

Sin embargo una cosa es que nos quedemos a oscuras y otra que se nos vayan las luces. Nuestros políticos, todos, porque todos son lo mismo así aparenten lo contrario, ofrecen soluciones que dan grima. Santos ordena apagar las luces del Palacio de Nariño después de las seis de la tarde y hace una puesta en escena de su gente trabajando. Babas, puras babas. ¿Qué sigue ahora? ¿Que los ministros se bañen en pareja? Gina y Cecilia no tendrían problema porque viven juntas, lo que cuesta imaginarse es a Cristo con Villegas o a Vargas Lleras enjabonando a la señora canciller. En fin, soluciones efectistas, fatuas, simpáticas, pero que no aportan nada.

Y no es porque sea Santos, porque si fuera Uribe estaría haciendo lo mismo o algo peor, como encender una termoeléctrica a patadas o a los gritos como hace con todo aquel que se le oponga, o Peñalosa que se sube a Transmilenio y no cede ni la silla azul, pero pasa el tiempo y los buses siguen llenos, o Petro que toma fotos de un supermercado en Venezuela y lo muestra como prueba, que la tal escasez no existe, o el Procurador que está montando su campaña sobre el miedo y el terror o Montealegre que a punta de contratos y prebendas convirtió la Fiscalía en un refugio saltimbanqui. A nuestros políticos les gusta el show, las arandelas, las frases vacías y los discursos tontos. Como con la paz, como con la economía, como con las decisiones judiciales, como con la educación. Les gusta decir cosas pero hacer poco y lo peor es que el resto mordemos el anzuelo, porque también nos da pereza ir más allá del titular o de los ciento cuarenta caracteres.

Nuestros políticos son blanditos y banales, triviales e insignificantes, ligeros y superficiales, frívolos e insustanciales. De su honestidad, mejor ni hablar, porque la verdadera penumbra colombiana es obra de ellos, que en la mañana fungen de enemigos y en la noche se dan palmaditas en la nalga. Si alguno de estos genios hubiera estado junto a Dios cuando todo era oscuridad, se habría dado mañas para montar una licitación antes del primer día y sacar alguna ventaja cuando el Creador separara el día de la noche.

Ellos se tapan con la misma cobija, que llena de rotos nos la venden como ruana. Y  lo peor es que nosotros la compramos…

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