El problema de las medias verdades es que terminan por condenarnos a creer siempre la mitad. Y es que nos hemos acostumbrado a decir las cosas incompletas como si eso nos salvara por no ser claros, por ser medias tintas, pisapasitos, y en general, unos miedosos de afrontar la realidad. O para poder manipularla.
Decir la verdad a medias no es mentir, eso está claro, pero tampoco es ser veraces, con todo lo que eso implica. Nos gusta dejar zonas grises en las cuales podemos camuflarnos o huecos negros a través de los cuales podemos huir con dignidad y carita de no es conmigo, cuando alguien nos confronta.
Cuando no decimos la verdad completamente, estamos convencidos de dos cosas: que la suerte del olvido nos permitirá explorar la posibilidad de jugar con la memoria de los otros para hacerles creer que sí contamos todo, o que el otro, imbuido en sus miedos y en sus cosas, nunca reparará en los detalles.
Los colombianos, vivos como somos, sabemos cuando nos están mintiendo, porque tenemos una especie de radar para coger en el aire cuando nos meten un embuste, porque como también somos fantoches, llenamos de tantos pormenores y fragmentos los infundios, que terminamos cayendo por bobadas ya que nada delata más una mentira que los detalles minuciosos. Sin embargo, a la hora de pillarnos las verdades a mitad, caemos redonditos. Y así nos va.
Cuando el Centro Democrático habla de las Farc, dice sus cositas, pero no dice toda la verdad. Cuando Uribe habla del proceso de reinserción de los paramilitares, dice partes incompletas, pero olvida elementos importantes. Cuando habla del país que nos dejó, omite fragmentos claves para entender la situación. Pero no es sólo Uribe, porque Santos hace lo mismo al hablar de economía, de paz, de Reficar, de La Guajira, de la guerrilla, de Isagen, del desempleo y en general con todo lo que dice. Y así hace la iglesia cuando nos habla de los curas pederastas o sus lujos de oropel, o Timochenko e Iván Márquez , cuando con su arrogancia sin límite, prometen sin cumplir, o los periodistas que acomodan las verdades a los intereses que les dictan sus bolsillos, o los militares cuando esconden sus falsos positivos y sus trucos y atropellos, o el Procurador cuando oculta sus verdaderas intenciones, o los deportistas que fracasan y nos llenan de disculpas y hasta los brassieres doble copa, que inflan más de lo que una mano puede acariciar.
Decir las verdades a medias es ante todo una actitud ante la vida, que nos permite suavizar las tropelías, escaparnos por un rato, sobrevivir con mediana dignidad, engañar con vaselina y de vez en cuando salirnos con la nuestra. Pero solamente de vez en cuando…