No se ha acabado la guerra y ya muchos están dándose en la jeta por los recursos del posconflicto, porque sienten que la paz debe ser un negocio, tal y como ha sido la guerra durante tanto tiempo.
Es obvio que lo mejor es que cese el fuego, pero mucho mejor sería si cesara el juego, pero este país está lleno de gente poco seria, cuyo único interés es sacar ventaja, por lo que para ellos, será lo mismo que siga la guerra o que se silencien los fusiles, ya que al final, final, siempre se verán beneficiados.
No hay empresa, mediana o grande, no hay intelectual, negociante o usurero, no hay erudito, doctorado en la Sorbona o técnico laboral del Sena en Bogotá, no hay ONG, ni fundación de garaje o de bolsillo, no hay rebuscador, ni empleado de oficina, que no quiera montarse en el tsunami que produce la palabra posconflicto. Su sola mención, produce microorgasmos y no porque estén interesados en que reine la armonía, sino porque la sola palabreja, resulta una etiqueta atractiva y vendedora.
Lo mejor que puede pasarnos como nación es que se apaguen, y para siempre, los tambores de la guerra, pero resulta difícil pensar que cuando todos quieren verse beneficiados económica o políticamente, o ambas, podamos, por fin respirar con tranquilidad.
Los de las camisetas, los de los seminarios, los políticos, los negociantes, los banqueros, los de las ONG, los de las agencias de comunicaciones, los de la televisión, los publicistas, los de las Bacrim, los de las guerrilla, los de la universidad, los vendedores de raspao y mango biche, todos, se están frotando las manos con fruición porque creen y están seguros que una vez se firme el pacto, rodarán los ríos de dinero.
Lo único cierto es que la paz debería ser una gran fiesta, pero por lo pronto, el posconflicto es una gran torta de la que todos quieren sacar tajada.