Para los griegos, la hermenéutica era el arte de explicar, traducir e interpretar los textos, en especial las sagradas escrituras. Los colombianos, tan especialistas en todo, tan sabiondos y sobretodo, tan vivos, nos hemos convertido en expertos hermeneutas, porque para todo tenemos una explicación. Como si fuera poco, nuestra Constitución y nuestras leyes, son una especie de queso gruyere llena de huecos y vericuetos porque al fin y al cabo, nunca le han apuntado a la igualdad o a la justicia, sino a satisfacer los apetitos de quienes la han hecho.
Un hermeneuta es ante todo un ególatra, que cree tener siempre la razón. En la política, en el amor, en la economía, en la vida misma. Un hermeneuta, no siempre y hay que recalcar que no siempre, aunque muchas veces sí, actúa de mala fe, sino que ve la vida a través de una especie de anteojeras, que son esos aditamentos que le ponen a los caballos para evitarles la mirada lateral. Solamente entienden la existencia a través de la forma en que ellos la ven y por eso los demás son unas guevas, unos tontos, unos mediocres, unos balurdos, que no tienen ni idea dónde están parados.
El Doctor No, por ejemplo, convoca a una resistencia civil frente al proceso de paz, porque no puede verle nada bueno, nada rescatable, nada de valor. Grita oposición a los cuatro vientos y sus corifeos los aplauden y vociferan enardecidos. Les sirve el plebiscito siempre y cuando ganen. Les sirve el proceso siempre y cuando sea de la forma en que ellos quieren, les gusta la paz a su manera, les gusta la negociación siempre y cuando el otro se arrodille. Hermenéutica pura, porque tuercen la ley, la verdad, los argumentos, la vida misma y hasta la poesía, con tal de tener siempre la razón. Oh posición.
El Doctor Sí, por su parte, hace gala de los puestos y su risa socarrona porque no sabe de errores, no entiende de engaños, no escucha consejos, no oye las críticas porque para él, todo lo que se discute allá en la Habana es el poema Desiderata hecho realidad. Para él la economía anda, la corrupción funciona en sus justas proporciones, el compadrazgo y los amiguismos aceitan la maquinaria y la mala imagen es apenas un pequeño detalle, porque lo importante es pasar a la historia, así se muera de la risa cuando sus enemigos lo acusan de castrochavista, a él, precisamente a él, un tipo rico acostumbrado desde pequeño a gatear en tapete. Hermenéutica pura.
Sin embargo, la cuestión no para allí. Si fueran sólo ellos, sería el menor de nuestros problemas. El gran lío es que hermeneutas somos todos, que nos la pasamos interpretando la vida a nuestro acomodo, a lo que mejor nos sirva, porque no nos interesa entender, sino ganar la discusión y por eso poco nos importa escuchar otro argumento, otro punto de vista, otra forma de entender las cosas que no sea la que ayude apuntalar nuestra opinión.
Un hermeneuta siempre tiene la razón, así le falte y siempre encontrará la forma de salirse con la suya, bien sea a través de la trifulca, la trampa, el engaño o bien a través de las buenas maneras, el decoro y el no poner los codos encima de la mesa mientras come. Su obligación no es escuchar y en el mejor de los casos, espera el turno para hablar, mientras procesa su argumento.
Así, no habrá luz al final del túnel, porque para un hermeneuta, otro hermeneuta