Soy de esos católicos promedio, que trabaja, que va a misa, que le cae bien el Papa Francisco, que le pide a Dios cuando las cosas vienen mal, que comulga y poco se confiesa, pero que también se divorcia, que putea todo el día, que entiende la problemática del aborto y no lo condena, que apoya la unión de parejas del mismo sexo y que cree que sin duda, un poquito de apertura en el pensamiento de la iglesia, no estaría del todo mal. Creo además en la libertad de cultos y en la Constitución de 1991 que nos reconoció como diversos y separó a la iglesia del Estado. Para completar, soy uno de los muchos que aún no se repone por la pérdida del sí.

Que la lluvia, que Uribe, que las triquiñuelas del Centro Democrático, que la cara de Santos no nos hizo el milagro por su falta de carisma, que las inconsistencias de un proceso. Todo eso pasó, como también pasó, la fuerza manipuladora de la iglesia que desde los púlpitos y en especial, en voz baja, se encargó de vender la idea que con ese acuerdo estaríamos al borde del infierno. La iglesia católica, y también “ los hermanos separados” como dicen eufemísticamente los curitas de mi barrio, defendieron de manera soterrada su dogma y sus creencias. Al mejor estilo de las cruzadas europeas, buscaron infundir miedo y confusión y como el peor de los tahúres apoyaron el acuerdo, excepto en aquellas zonas grises (que las tiene) donde hablan de género, de derechos LGBTI y por supuesto del aborto y el matrimonio igualitario. Es decir, aplicaron la lógica colombiana de apoyar mientras me sirva. Si hasta el mismo Papa bananeó, como dicen en Antioquia, con venir o no, venir, dependiendo del resultado electoral. Es decir, la política en su máxima expresión.

¿Qué estaban en su derecho? Obvio, al final cada quien opina como quiera, que es en últimas el mayor defecto de un sistema democrático como dicen los dictadores de ayer y de hoy. Lo que tal vez suena un poco incoherente, es apoyar como lo han hecho desde siempre, la búsqueda de un camino de paz y de concordia, siempre y cuando, no los jodan. Bienvenida la inclusión, siempre y cuando la hagan en el barrio de allá enfrente. Distribuyamos la riqueza de los grandes potentados pero con mis limosnas no se metan.

Que lejos está el padre De Roux, el arzobispo de Cali o los miles de curitas de los campos y comunas que lidian a diario con los espíritus violentos, de la jerarquía que viaja en limosina y les gusta que le besen los anillos. Todos los anillos. Qué lejos está el mismo Darío Silva, odiado en sus tiempos turbayistas y respetado y ponderado en sus tiempos de pastor de la Casa de la Roca, de los perifoneadores de la fe vociferando a voz en cuello la llegada del diablo y Satanás. Del ex procurador, mejor ni hablar.

Somos un país creyente sin duda, un poco menos católico que ayer, un poco más cristiano o evangélico que antaño, pero que somos un estado laico, como dice la Constitución, es casi que una risa.

No me gusta la biblia mezclada con el quehacer electoral. Tal vez es el problema de ser un católico promedio…