Benjamín Chávez se murió de viejo. O por lo menos eso creo. Era uno de esos profesores a la antigua que me enseñó, para mi mal, que el himno colombiano era el segundo más bonito del mundo, después de La Marsellesa. No sé de dónde sacó Chávez tamaño despropósito, pero el caso es que esa fue una de las verdades mentirosas que repetí muchas veces en mi vida.

Luego, ya enamorado del fútbol, me encontré con Camus que decía que la selección era la patria y también me comí el cuento. Eran otros tiempos, en los que jugábamos como nunca y perdíamos como siempre, tiempos de camisetas color salmón, que alguno se inventó quién sabe con qué razón. Como Chávez con su cuento de La Marsellesa o Camus con su cuento de la patria y la selección. O como los paramilitares que querían refundarla o nuestros políticos de hoy que hablan de ella y se les llena la boca de agua.

No sé cuándo terminamos enredados, pero lo único cierto es que conceptos como país, patria y nación nos han servido para cometer mucha bobada. País es un área geográfica y una entidad políticamente independiente con su propio gobierno. Patria es la tierra natal o adoptiva a la que un individuo se siente ligado por vínculos de diversa índole, como afectivos, culturales o históricos y Nación es un grupo humano con ciertas características culturales comunes.

No quiero posar de apátrida, pero tampoco de rabioso chauvinista, pero en realidad he terminado por creer que ser colombiano no es adjetivo sino apenas sustantivo y que serlo no nos hace ni mejores ni peores, ni más vivos ni más tontos, ni singulares ni plurales. Voy a escribir algo, por lo que me caerán rayos y centellas: ser colombiano no nos hace seres especiales. Es apenas una condición que compartimos 48 millones de personas. Que hubiéramos podido ser más o hubiéramos podido ser menos. Es algo accidental, que no quiere decir, ni mucho menos, que no me guste o que me quiera hacer ciudadano del Japón. Para completar, tampoco creo que Dios sea colombiano, como dicen los narradores nacionales.

Simplemente creo que en nombre del país o de la patria se han cometido muchas tropelías. Por eso aún nos matamos por los colores de un equipo y por eso aún nos sentimos con derecho de juzgar lo que es bueno y lo que es malo y por eso no hacemos más que mirarnos el ombligo. Y por eso criticamos con desdén a los vecinos pero soñamos con viajar al extranjero. Cuando James mete un gol, es James, no el país. Igual cuando los bota. Lo mismo pasa cuando Shakira gana un Grammy o cuando Santos gana un Nobel.O cuando los narcos se llenan los bolsillos. Son ellos, no Colombia. Y claro que me gusta más un gol de James que de Messi o un Grammy de Shakira que uno de Wisin y Yandel pero al final del día, siempre tengo que volver a trabajar.

Chávez se murió de viejo. O por lo menos eso creo.