En Colombia nada pasa sin que esté de por medio un tropel, una pelea, un altercado, una reyerta, un despelote. Somos una sociedad egoísta, individualista, aprovechada y cómoda. Todos intentamos sacar ventaja y en esa medida, lo que tenemos a diario es un choque de intereses personales. Como siempre creemos tener la razón, nos gusta ser policías acostados, reductores de velocidad, cuya única misión en este mundo es frenar lo que dicen y hacen los demás, minimizarlo y despreciarlo y como en pelea de lucha libre o en restaurante de los Rausch, todo vale.

Apelamos a lo que esté a nuestro alcance con tal de demostrar que nada pasa en este mundo sin que nuestra opinión logre tocarlo. Verdades a medias, medias verdades, mentiras completas, zancadillas, asechanzas, celadas, insidias, hacen parte de nuestro repertorio. Y ni colorados nos ponemos, porque en este mundo de locos lo que importa es tener la razón. O por lo menos parecerlo.

Ser policías acostados nos da la oportunidad de hacernos importantes, de creer que somos más, por el simple hecho de que los otros deben detenerse, morigerar el paso y rendirnos pleitesía. Nos gusta el papel de celadores de edificio, reyezuelos de tres metros cuadrados, montadores de ocasión.

Sin embargo, para algunos, eso no basta, no es suficiente, porque también tenemos la tendencia a convertirnos en el palo de la rueda, en la vaca muerta en el camino y en el peor de los casos, en expresidentes con ínfulas de dios. Si no es como nosotros decimos, que se jodan los demás, sin importar quién sufra o a quién le toque llevar del bulto, porque con seguridad no seremos nosotros mismos. De alguna manera somos chefs para quienes las recetas de los otros son poco menos que una mierda y nuestra comida, aunque insulsa o perniciosa, siempre sabrá mejor.

De nada vale saber que el mundo no se mueve, porque si no es a nuestro ritmo y bajo nuestra acompasada sinfonía, es preferible saber que todo se detiene, que todo se interrumpe y que aunque el universo nos diga lo contrario, nunca estaremos dispuestos a ceder.

Hemos descubierto que ser policía acostado o vaca muerta es la mejor manera de dejar huella, de hacernos célebres, porque oponerse a todo y por todo y en todo, es la forma de no hacer nada o por lo menos de hacernos los locos con el hecho simple de entender que nuestro tiempo ya pasó.