Crecí jugando banquitas en la calle, bolitas de cristal, ponchados y soldados libertados. Como no existía el whastapp, aprendí a chiflar. Sin pena confieso que robé mucha uvas y ciruelas en Carulla y que me gozaba estrenar la ropa que dejaban mis hermanos. El típico clase media, con más calle que mundo.
Me gradué en colegio franciscano, sin saber mucho de la vida, más allá del amor al fútbol, el valor de una cerveza y la forma de colarse en los buses y en los cines. Un diletante que hablaba y decía mucho, sin saber nada de nada. Lo más cercano a ser rebelde fue un grupo de teatro y mi colección de música protesta: Quilapayún, Inti- Illimani, Quinteto Tiempo, Mercedes Sosa, Violeta Parra y Víctor Jara. Fidel era una figura lejana y el Che, la imagen de una camiseta.
Por esas cosas de la vida, terminé estudiando en universidad privada, que en mi caso resultó literal (privado de plata para un tinto, para comer algo entre clase y clase o para comprar un libro nuevo). Como buen primíparo, intenté ser juicioso, asistir puntual a todas las clases, visitar la biblioteca y a sacar un promedio que no diera grima. Pero algo cambió, cuando de la mano de un amigo conocí La Maza de Silvio Rodríguez y por supuesto, Yolanda, que muchas veces dediqué. A partir de entonces, Cuba, la nueva Trova y la Revolución, cobraron otra dimensión. Seguí siendo el mismo clase media varado y arribista, pero con una pizca de conciencia social rascando en los bolsillos. Dicen que universitario que se respete tiene su fase proletaria, de saco de alpaca, mochila y vino caliente de dos pesos.
La Cuba de Fidel marcó de alguna manera lo que soy. Ecléctico, lleno de contradicciones, obstinado y terco. Como hijo mantenido primero y luego como padre de familia, he sido lo que llaman un revolucionario de nevera llena, a quien la vida le sonríe a pesar de las muecas cotidianas.
Ahora que se murió Fidel, desempolvé mis discos viejos. Los años me han enseñado que Castro, pese a todo lo que se diga, es y será una figura histórica, llena de excesos y defectos, pero también un tipo que forjó con puño de hierro una nación. Quienes nombran el mismo día a Chávez con Fidel, les falta mucho por leer. De Correa, Maduro, Evo y Ortega, mejor ni hablar.
Fidel no fue monedita de oro, pero pocas veces peló el cobre. Yo sigo siendo el típico clase media al que no le falta nada, que tiene todo menos plata, pero que se las arregla con el crédito Codensa y las promociones del D1.