El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman murió hace muy poco. Fue el creador del concepto de la «modernidad líquida» a la que definió como aquella en la que ya nada es sólido. No es sólido el Estado-nación, ni la familia, ni el empleo, ni el compromiso con la comunidad. “Nuestros acuerdos son temporales, pasajeros, válidos solo hasta nuevo aviso”.

Hoy, que en medio de una tarde fría y aburrida serpenteo entre los muchos canales de deportes que trae la oferta de mi suscripción por cable y veo resúmenes del Deportivo Municipal vs Independiente del Valle y del Deportivo Táchira contra el Deportivo Capiata, no puedo menos que acordarme de Bauman, cuya obra conocí hace muy poco, porque a decir verdad, mi cercanía con los polacos estaba circunscrita a Lato, Tomaszewski, Lech Walesa y Juan Pablo II.

El fútbol, al amor al fútbol, el amor por un equipo de fútbol, se ha convertido en un concepto líquido en vías de convertirse en gaseoso. Temporal, pasajero, válido hasta nuevo aviso. Bauman creía que “en esta época hay el temor a establecer relaciones duraderas y a la fragilidad de los lazos solidarios, que parecen depender solamente de los beneficios que generan”. Como en el fútbol.

Y no se trata de creer que todo tiempo pasado fue mejor, pero antes, ver un partido de fútbol por televisión o ir al estadio era todo un acontecimiento. Algo así como comer pollo para las familias clase media de antaño. Uno sabía que si el olor a pollo asado inundaba la casa, era porque el papá había llegado tomado o alguien estaba cumpliendo años. Hoy, cuando uno levanta un salero de la mesa, están transmitiendo Jaguares vs Patriotas y no puede uno sentir nada distinto, que una gran indigestión. Estamos ahítos de tanto fútbol. Estamos empachados de tanto fútbol malo. Y es que hasta ser hincha perdió sentido porque seguimos y discutimos y hasta nos damos en la jeta, por tres o cuatro equipos. Al mismo tiempo. La sociedad líquida…

En mi caso, muchos años han pasado desde que me hice hincha de un equipo. El fútbol era mi vida, porque mi mayor preocupación era no romper los pantalones y ver amanecer los días nuevos para soñar con Pelé o Roberto Rivelino. Desde esa época fue mucho el fútbol que jugué y cuando digo mucho, no sé si en calidad, pero seguro sí en cantidad. Hoy debo confesarlo, es difícil que me vea un partido completo. Esta semana, por ejemplo, me quedé dormido viendo a la selección sub 20, quedé casi en estado de catalepsia viendo a la de mayores y por supuesto no resistí el Millonarios- Barcelona de Ecuador en una copita de tercera en Miami. Es que después de haber visto a Willington Ortíz y a Miguel Converti, no resisto a un tipo que se llama Maxi Nuñez, ni a otros tantos Ayron del Valle o Dairon Estibens Asprilla, que hasta buenos muchachos serán.

Mundiales con 48 equipos solamente le sirven a Panini y a la FIFA. Torneos con remedos de clubes como Jaguares, Patriotas, Tigres o la Equidad no aumentan el interés. Copas Suramericanas, Interamericanas, Mundiales de Clubes y partidos de la liga turca, solamente le sirven a los noticieros de televisión para llenar espacio y vender pauta. En el fútbol como en los polvos, la cantidad no se equipara con la calidad. Mejor poquitos pero buenos, que muchos pero inciertos y aburridos..

No sé a ciencia cierta si Bauman vio jugar a Boniek o al difunto Deyna. Intuyo que no. Pero cuando hablaba de la modernidad líquida, pensó en algún momento en fútbol. Intuyo que sí.