El tema puede no ser nuevo, pero no por eso deja de ser actual. Finalmente, del amor también se ha hablado desde siempre y aún lo seguimos padeciendo.
Salir a la calle en Bogotá en la hora pico, es adentrarse al purgatorio o por lo menos llegar a las puertas del infierno. Y puede que nuestra ciudad no sea la única, que haya otras peores, pero ésta es en la que vivimos y la que nos toca padecer. La fácil obviamente es echarle la culpa a la alcaldía, a ésta y a las anteriores, pero con la mano en el corazón, los culpables somos todos.
Está visto que entre las 6 y las 9 de la mañana y entre las 5 y las 8 de la noche, lo mejor que cualquier habitante bogotano podría hacer es encerrarse en su casa, tomar chocolatico caliente y si es afortunado, calentarse los pies con la pareja y llenarse de mimos y caricias. Pero no. La verdad monda y lironda es que el 90 por ciento de los que vivimos en Bogotá, estamos a esa hora en las calles, luchando por llegar a la oficina o por devolvernos a la casa.
Si uno tiene carro, no queda más que la resignación, porque ya ni escuchar La Luciérnaga, mientras pasa el trancón, vale la pena. Así esté prohibido, así todas las normas técnicas y de seguridad vial digan que no, no queda más remedio que el whatsapp. Mientras avanzamos dos metros se alcanza a recibir tres o cuatro mensajes y si la novia o la esposa es muy intensa, hasta diez. La vocecita del Waze siempre tendrá un tonito socarrón al medir la velocidad en la ruta y dictar las posibles rutas de escapada. Llorar o cantar, putear o tomársela suave, cada quien se mata como puede.
Si uno viaja en las rutas del SITP, la situación se torna más compleja. En realidad, la mayoría de buses no son más que busetas retocadas, como las cuchibarbies que se llenan las nalgas con sustancias poco santas en los centros de estética de barrio. Pocos, muy pocos saben las rutas y destinos, por lo que todo empieza por la pregunta obligada al chofer del “azulito”. Luego la tragedia de la tarjeta sin cargar y la cara de ternero degollado a ver quién le vende un viajecito como si estuviera en los bares de la zona rosa bogotana. Y por supuesto, la misma aglomeración que venimos padeciendo desde la época del tranvía bogotano.
Transmilenio es caso aparte. No hay hora, sitio o lugar que no esté lleno. Tenga en cuenta que si alguien le sonríe en uno de los portales, es que se le va a colar. La señora que pregunta guevonadas mientras se mete de primera en el tumulto, lo mismo que el gañan de gorra con tumbado lateral. La clave está en pararse en la mitad de la fila con el cuerpo relajado para que cuando las puertas se abran, la multitud lo empuje al interior. Si hace la menor fuerza, si presenta la menor resistencia, va a sufrir. Ya adentro, ni sueñe con una silla, así tenga un embarazo de tres horas. Si usted es de la tercera edad, entienda que ese joven quinceañero que se hace el dormido, necesita descansar. Párese lo más cómodo posible, saque la billetera y el celular de los bolsillos y aférrese al primer tubo medio limpio que pueda porque va a estar en esa posición por lo menos media hora. Si es hombre, todo lo que haga podrá ser usado en su contra. Si le vibra el celular, sume cinco puntos en su contra, porque la fama de violador nadie se la quita. Si es mujer tenga la seguridad que de la manoseada no se salva. Al salir solamente tenga fe en que no lo robaron y no ha perdido aún la virginidad, si es que todavía la tiene.
Si lo suyo es la bicicleta, no crea que está a salvo porque ciclista bogotano que se respete ha sido víctima de por lo menos un intento de robo y en el mejor de los casos de caída en plena cicloruta por culpa de un hueco o un bolardo. Su chaleco reflectivo y su casco son adornos, porque todo conductor de SITP es un busetero reformado o repotenciado y los taxistas son depredadores de todo aquel que no le reporte a Uldarico y para no meternos mentiras, los bicitaxis son una reproducción criolla de la mafia siciliana.
Ser peatón, menos, porque el robo y el peligro acechan en la esquina. Ya ni ir a la panadería en mangas de camisa nos garantiza que no saldremos en la noticia de última hora del Canal Caracol cuando consigue en exclusiva los videos de seguridad de las tiendas de barrio que se roban.
Como salta a la vista, la hora pico bogotana es la agonía que ni siquiera nos garantiza morir con dignidad…