Viendo el techo retráctil del estadio de Cardiff  donde se jugó la final de la Champions y escuchando las declaraciones del alcalde Peñalosa, no pude menos que recordar a Goyeneche, uno de esos folclóricos personajes que de cuando en cuando aparecen en el panorama político de Colombia, como Moreno de Caro, Lucho el embolador y por supuesto, “cualquiera que diga Uribe”, como dicen ahora las encuestas.

Gabriel Antonio Goyeneche, era un portero de la Universidad Nacional, que se convirtió en eterno candidato a la presidencia de Colombia y que se caracterizó por sus propuestas novedosas: Pavimentar el río Magdalena porque al fin y al cabo saldría muy barato ya que no habría que invertir ni en agua ni en arena sino apenas en cemento, techar a Bogotá para evitar inundaciones, crear un periódico para financiar la construcción de escuelas, el pago de maestros y una muda para los niños, bombardear las nubes antes de que llegaran a la ciudad para que lloviera en la sabana y no en la capital. Otros locos como el Presidente José Manuel Marroquín propusieron un sistema de globos aerostáticos para transportarse en Bogotá, ampliar la Plaza de Bolívar tumbando los edificios aledaños para convertirlos en zonas verdes como planteó Le Corbusier, carros con hélices como pensó Rodolfo Rincón Sosa, “El Tunjo”. Si sus propuestas se hubieran hecho realidad, tal vez el presente de nuestra ciudad seria completamente diferente.

De alguna manera, Peñalosa, al igual que Goyeneche o Marroquín, ha sido un soñador, un visionario, si se quiere. A diferencia de Mockus que propuso cambiar a las personas, de Petro que soñó con una ciudad mucho más humana, o Moreno que se propuso llenarse los bolsillos, Peñalosa soñó con un modelo de ciudad, moderna y limpia con una movilidad garantizada, con una forma de inclusión muy particular. Y algunos pocos le creímos y guste o no, ahí va en la mitad de su segunda alcaldía.

Sin embargo, en honor a la verdad, a los pocos que votamos por él, se nos están acabando las disculpas y por eso en las reuniones familiares o en las charlas de café, lo mejor es guardar silencio y pasar de agache. Sigo creyendo que de lejos, Peñalosa es uno de los tipos mejor preparados para gobernar a la ciudad (así sus doctorados vengan con folleto de instrucciones) pero tenemos que aceptar que a los bogotanos se nos ha refundido la esperanza. Aceptemos esa verdad a medias que dice que encontró la ciudad hecha un desastre, pero ya han pasado más de quince meses y los ciudadanos del común no vemos cambio alguno. Quiero creer que se está trabajando por detrás, reconstruyendo lo dañado, enderezando lo torcido, arreglando todos los entuertos, rehaciendo lo doblado, pero lo real es que si no fuera por el trancón en la autopista norte y el embotellamiento en la autopista sur, pensaría seriamente en salir de la ciudad.

Seguimos en la discusión de una revocatoria, chimba por demás, porque se empezó a gestar ANTES de que asumiera su mandato, lo cual no suena lógico y mucho menos que la impulsen los que hasta hace dos años denigraban de ella. Filosóficamente, la figura de la revocatoria es buena en todos sus sentidos porque apunta a castigar a aquellos mandatarios que no cumplan su programa, pero hasta ahora Peñalosa ha encaminado la ciudad hacia donde prometió. En mi opinión, lo natural de las revocatorias (de esta o de cualquiera) es que pudieran votar únicamente los que lo hubieran hecho en la elección original, que fueron los que participaron y los que perdieron o ganaron. Es más, los que podrían alegar que no les han cumplido, son los que votaron por ese candidato y no los otros. Pero esa es otra discusión.

Desde que apareció en la escena política a Peñalosa le han criticado su forma de comunicar. Le reconocen como un buen gerente, pero lo acusan por su estilo egocentrista. No puede ser que un tipo tan viajado, tan reconocido y valorado por fuera del país, no haya aprendido la lección, que la verdadera ceguera es la que nace de su incapacidad para escuchar y este pareciera ser el caso. Peñalosa le apunta a que terminando su periodo, saldrá aplaudido, pero, ¿qué hacemos mientras tanto?. En ese sentido, es como esos maridos que creen que al final del sexo, la esposa saldrá con una risa en la cara, pero que no entiende que a las mujeres les gusta el juego previo.

Por eso, tal vez lo que necesitamos es otro Goyeneche que nos devuelva la ilusión.

 

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