Ido el Papa, volvamos a nuestra realidad. A nuestra cruda realidad: como dicen los jíbaros de la zona rosa, todos pueden aspirar, porque un chisme, un vaso de agua y una candidatura no se le niegan a nadie. Y en Colombia, menos, o si no que lo digan los treinta precandidatos presidenciales que ya se encuentran en la línea de partida. Y los que faltan: habrá quien lance a María Isabel Rueda, que es tan sencilla y sabe tanto, o al actor Gregorio Pernía, tan dúctil y polifacético en todas sus actuaciones, o a Marco Fidel Ramírez, el “Concejal de la Familia” de tan amplio pensamiento, y por supuesto aún no está “el que diga Uribe” ni el que pongan las Farc, si es que se deciden, o Pékerman si nos clasifica o Nairo si gana una etapa en el Tour de Francia. Yo por mi parte, postularía a Paulina Vega o a Paula Andrea Betancur.

Como si a ese sancocho le faltara algo, 26 de esos 30, se inscribirán por firmas. De acuerdo con la Ley 996 de 2005, “para inscribir candidatos a la Presidencia los grupos significativos de ciudadanos deben reunir un número de firmas válidas equivalentes al 3% del número total de los votos válidos depositados por los ciudadanos en la anterior elección presidencial”. Lo malo para ellos es que también se les exige una póliza de seriedad y todos sabemos de la seriedad de nuestros políticos.

Que en Colombia los partidos están en crisis no es nada novedoso. Muchos crecimos con la idea que el partido Liberal lo había fundado Santander y el Conservador, Simón Bolívar. Y no. Fue mucho después, a mediados del siglo XIX que comenzaron a estructurarse los partidos políticos tradicionales de Colombia. Primero fue el Liberal en 1848 y cuyo programa fue creado por José Ezequiel Rojas. El año siguiente, 1849, Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, redactaron el programa correspondiente al Partido Conservador. A partir de ahí han venido de tumbo en tumbo porque a pesar de que en sus estatutos y en sus folletos defienden una que otra idea clara, en la práctica, su ideología se diluye en medio de los puestos y prebendas, al igual que los otros movimientos que han surgido. En Colombia se cree que ser de derecha es ser uribista o antifarc o que obliga a ir a misa en corbata y apoyar las causas anti aborto y anti gay o que ser de izquierda es simpatizar con Petro o con Robledo, bailar salsa en cualquier roto y saberse la Maza o Playa Girón o que ser de centro es un pequeño paraíso que permite no comprometerse con nada ni con nadie. Sin embargo, en nuestro país, la ideología es agua que se escurre por las manos, dinámica, cambiante, voluble e inestable: los llamados Verdes no tienen plataforma ambiental, los liberales suelen ser muy godos, los del Centro Democrático no son de centro ni mucho menos democráticos, Cambio Radical lleva varias años albergando delincuentes, los conservadores suelen ser muy liberales cuando se trata de puestos y la ASI, antes que defender a los indígenas se convirtió en una oficina de avales. Nuestros políticos son blanditos y banales, triviales e insignificantes, ligeros y superficiales, frívolos e insustanciales. De su honestidad, mejor ni hablar, porque la verdadera penumbra colombiana es obra de ellos, que en la mañana fungen de enemigos y en la noche se dan palmaditas en la nalga.

Las dificultades de los partidos políticos colombianos también puede ser explicada por la teoría de la “vida líquida” del fallecido filósofo polaco Zigmunt Bauman quien decía que “la sociedad se basa en el individualismo y se ha convertido en algo temporal e inestable que carece de aspectos sólidos. Todo lo que tenemos es cambiante y con fecha de caducidad, en comparación con las estructuras fijas del pasado y que cada uno crea su propio molde para determinar sus decisiones y forma de vida”. Al decir de Bauman, existe una crisis con el compromiso a largo plazo y las relaciones, de cualquier tipo, desde las amorosas, las económicas y por supuesto las ideológicas, son tan sólo breves episodios en los que prima el beneficio personal: te cambio la teja por el voto y yo te cambio el voto por el puesto. Por eso, nuestra política es “una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”.

Otra mirada está dada en nuestra herencia caudillista. Crecimos con la tara del “¡coronel Rondón, salve usted la patria!”. Gaitán, Lleras Camargo, Lleras Restrepo, Cochise, Lucho Herrera, Gabo, Juanes, Shakira, James, Galán, Pablo Escobar, la madre Laura, los Castaño, las Farc y Uribe, por supuesto, son la mejor muestra de nuestra necesidad de buscar a alguien que nos salve. Que un grupo de personas, respetables y estudiadas repitan a voz en cuello que votarán por el que diga el líder, borra las fronteras entre la ideología y la fe ciega que es lo que debería diferenciar la política de la religión.

Por supuesto, una explicación más criolla a esta explosión de firmas y camisetas chinas en lugares de alta congestión la tiene Alejandra Barrios, directora de la Misión de Observación Electoral: “Una precampaña a través de firmas permite empezar la campaña ya, mientras que los otros candidatos tienen que esperar a la inscripción que se da entre noviembre y diciembre. Igualmente, ningún recurso que se utilice en la recolección de firmas es público ni se encuentra en línea”.

En resumen, la crisis partidista, la inapetencia ideológica, el “importaculismo” generalizado y la trampa, nos tienen en esta situación.

¡Paulina Vega, salve usted la patria!