Pekerman y Santos, se parecen de algún modo. Por estos días andan más solos que nunca. Tal vez porque ya todos saben que en poco tiempo no serán lo que han sido y que tendrán poco que ofrecer y por eso las palmadas y lisonjas serán cosa del pasado. Ambos viven la soledad a su manera. ¿Qué pensará Pekerman cuando la selección mete un gol y nadie se le acerca a celebrarlo? Siempre se voltea buscando un abrazo o tan siquiera una sonrisa, pero nunca encuentra a nadie. Igual le ocurre a Santos, a quien muchos de los parlamentarios que se decían sus amigos, no le contestan ni un whatsapp. En resumen, se les están viendo las costuras.
Incluso hoy, que aún no se han ido, todos le buscan su reemplazo, porque su ciclo huele a muerto, e inevitablemente, el juicio acerca de lo que hicieron mal o hicieron bien, lo hará la historia y eso dependerá de quien la escriba. Podrán ser buenos o perversos, pero a la larga, a ellos poco y nada importará, porque en el fondo de su corazón, se gozarán internamente su premio Nobel o su clasificación a dos mundiales, algo, que ni siquiera sus más feroces detractores, podrán negar. Que eso sirvió o no sirvió para los intereses del país, que costó un ojo de la cara y nada nos dejó, será tema de otra discusión, pero en un país acostumbrado a la disputa y la reyerta, esta quedará sepultada cuando haya otro trompo que poner.
Ambos escogieron ser impopulares, porque a los presidentes y a los técnicos de fútbol los queremos el primer día y al segundo, terminamos por odiarlos, porque sí o porque no, o simplemente, porque a fuerza de las circunstancias hacen las cosas al revés. No les importa ser mal vistos. A uno, porque su talante tímido y sobrio no le da para pensar en el cariño de desconocidos y al otro, porque siempre gateó en tapete y lo que digan de él, le resbala, porque sea como sea, la promesa que se hizo desde niño, de ser presidente como su tío abuelo, la alcanzó dos veces, para mal o para bien, con el agregado de haber firmado el fin del conflicto con las FARC y de paso, haber sido nombrado premio Nobel. Así no haya hecho nada más o como Pekerman que nos llevó a Brasil y a Rusia, pero que a la larga no cambió la forma colombiana de jugar, ni sembró una escuela ni un estilo.
Ambos tienen el sol sobre la espalda, pero a ambos eso poco les importa. De alguna manera sienten que hicieron lo que les tocaba, para lo que los contrataron o eligieron y que la alegría de haber sido lo que fueron, ya nadie se las quita. Así los odien, un poco más al presidente que al técnico de fútbol…