A veces irse es la mejor manera de empezar a regresar. Siempre nos estamos yendo y para eso afinamos a diario las razones. Nos vamos por voluntad propia, porque nos empujan, porque nos obligan, porque nos aburrimos, porque el tedio nos mata, porque el aire se nos acaba, porque estamos confundidos, porque necesitamos una pausa, porque necesitamos volver a comenzar, o simplemente porque nos queremos más, pero con menos frecuencia.
Por eso, aunque generalmente las despedidas son tristes, no necesariamente tienen que estar llenas de dolor, porque algo va de la tristeza a la amargura. Romper con alguien o con algo, nos llena el corazón de desapego, porque el ser humano necesita la costumbre, necesita estar seguro. Si bien cada día nos plantea un reto diferente, en el fondo, guardamos la esperanza que el clima nunca cambie, que el agua siga fría y que los besos sepan a lo mismo. El problema no es el olvido, sino aprender a suspirar.
Tenemos la falsa sensación que al irnos empezamos una nueva vida. Vana ilusión, ya que lo primero que uno empaca son los recuerdos y todas las nostalgias. Al final uno siempre uno necesita de los otros para ser inolvidable.
Y es que la transparencia en los seres humanos no significa que no exista la letra chiquita. Todos, de una forma u otra tenemos esas pequeñas cosas que a algunos terminan por molestar y a otros, los que nos quieren, por aceptar: una maña, un defecto, una idea, un gusto, un pasado. Todos venimos con un equipaje a cuestas. Vivimos presos de los miedos, porque desde niños vamos llenando el bulto que cargamos cada día. De pequeñas cosas, de pequeños miedos, de pequeños odios, de pequeños lastres y terminamos por creer que lo importante está en las cosas y por eso atesoramos baratijas, coleccionamos fruslerías, amontonamos naderías. Nos hemos vuelto acumuladores de basura, coleccionistas de bazofia porque nos hemos creído el cuento de que lo importante es parecer.
Irse no es tirar la toalla porque mientras uno esté vivo no hay más remedio que pararse a recogerla. Irse, a veces es tan solo una pequeña pausa, abrir la ventana para que entre el frío, porque mientras más perdidos estemos, más posibilidades hay de volvernos a encontrar.