Roberto Gerlein Echevarría, bien podría ser Zacarías, el protagonista de la novela de “El otoño del Patriarca». Tras 50 años en el Congreso, solamente interrumpidos en 1975 cuando se posesionó como gobernador del Atlántico y en 1982 cuando Belisario Betancur lo nombró ministro de Desarrollo, decidió dar un paso al costado y no aspirar a un nuevo período.
La longevidad de un político en cualquier país del mundo es una muestra de perseverancia, trabajo, cariño de sus seguidores y buenas iniciativas. En nuestro caso, no tanto. Los colombianos mayores de 50 años recuerdan a Gerlein como un político costeño, escudero de Álvaro Gómez. Los que tienen entre 30 y 40, asocian su nombre con la famosa frase que la unión entre homosexuales es “ sexo excremental» y los menores de 30, como el viejito que se queda dormido en las sesiones del Congreso (aunque él dice que lo que está es concentrado) y utiliza los pantalones hasta las tetillas como lo caricaturiza Daniel Samper Ospina.
Según Congreso Visible, Gerlein no tiene investigaciones ni problemas con la ley, pero difícilmente puede tenerlo un político cuya actividad se resume en la autoría de 40 proyectos,100 ponencias y 18 citaciones. De hecho en los últimos dos años, solamente presentó 4 proyectos, uno de los cuales era el homenaje al municipio boyacense de Toguí. Salta a la vista que Gerlein no es un político brillante, del que se acordarán las nuevas generaciones, ni siquiera los costeños. Aparte de una que otra opinión controvertida, ha pasado estos 50 años casi de agache, medrando, votando, conciliando, componiendo, conviniendo, transigiendo, transando.
Aparte de sus opiniones controvertidas, Gerlein no ha sido un político brillante
Y entonces, se pregunta uno, ¿cómo puede pasar 50 años vigente en el Congreso, un político que no es precisamente una lumbrera? La respuesta tal vez está en una entrevista que el mismo Gerlein le concedió a la W. Cuando le preguntaron que por quién iba a votar en las próximas elecciones, dijo, sin ponerse colorado que Martha Lucía, le gustaba, pero que también podría votar por Iván Duque, que el exprocurador era su amigo y que Germán Vargas Lleras no le disgustaba. Que eso sí, por los únicos que no votaría sería por Petro o por Claudia López. En resumen, Gerlein ha podido gozar de la vida parlamentaria, de la única manera que la entienden los políticos colombianos: acomodándose, vendiéndose al mejor postor y por eso nos hemos acostumbrado a ese lugar común que dice que nuestra política es dinámica, porque como dice García Márquez “entre el cámbieme esto por aquello y le cambio esto por esto otro, se formó un cambalache de la puta madre”.
Pero no hay que llamarse a engaños porque Gerlein, como ninguno de nuestros políticos, sabe lo que es retirarse. Alguien heredará su capital, ya que cincuenta años de manzanilla y butifarra no se botan así no más a la caneca. Por eso no hay que dar a ningún político por muerto, porque los nuestros saben reencaucharse, bien en carne propia o bien en cuerpo ajeno. Son incombustibles, refractarios, indóciles, renuentes, indestructibles y por eso terminan convertidos en momias vivientes, hasta que un hijo, un sobrino o un ahijado los reemplaza. Uribe, Pastrana, Samper, Serpa o Santos seguirán dando lora hasta que la ciática los postre en una cama, la próstata los joda o el Alzheimer sea su mejor refugio.
“Al final, más solo que nunca, el dictador morirá de muerte natural y lo encontrarán medio comido por los gusanos». Una vez más, García Márquez tendrá razón…