A mi edad, he llegado a una conclusión que no sé si me llena de orgullo o me empuja a sentarme a llorar en la silla de un parque: los colombianos somos los tipos más ocupados del planeta.
Nos encanta posar de importantes, de significativos, de trascendentales, de inolvidables, de perennes y por eso nos hacemos esperar, nos gusta que nos rueguen, nos producen micro orgasmos las súplicas y las peticiones y nos infla el pecho cuando alguien nos solicita algún favor. Para completar, además de presuntuosos y fantoches, somos hipócritas, porque se nos llena la boca de agua al hablar del respeto por los otros. Mentiras, física carreta, porque en cada e-mail que no contestamos, en cada promesa que rompemos, en cada cita que incumplimos, en cada llamada que no respondemos, dejamos ver lo peor del ser humano: nos importa un culo lo que le pase a los demás.
Los colombianos creemos que hacer esperar a los demás, nos llena de importancia.
Por mi oficio debo escribir a diario e-mails, llamar por teléfono y en general buscar contacto con personas medianamente cultas, profesionales de prestigiosas universidades, bilingües y trilingües, con posgrados, bonitos y bien puestos, perfumados y elegantes. Gente bien, como diría mi mamá. Si obtengo diez por ciento de respuestas, no obtengo once. Y no estoy hablando de respuestas inmediatas. Ni siquiera de respuestas positivas. Solamente respuestas. En otras culturas, tal vez menos pretenciosas que la nuestra, recibir un email o una llamada es una muestra de respeto y en consecuencia, contestarlo hace parte de la manera como entienden la vida. En otras culturas, tal vez más pragmáticas que la nuestra, recibir un email o una llamada, es una oportunidad y por lo tanto, hay que escucharlas. Nosotros en cambio, consideramos que un email o una llamada, es el timbre de la alarma ante un lagarto, un tipo que nos va a hacer perder el tiempo o un ser insignificante poco digno de obtener una respuesta.
Caso aparte merecen las entrevistas de trabajo. Reclutadores, headhunters, encargados de selección o simplemente jefes de ocasión, entienden a los aspirantes, casi, casi, como unos miserables muertos de hambre, a los que ellos se han dignado regalarles parte de su tiempo. A diario, miles de personas se quedan esperando una respuesta, un gracias por participar en el proceso, un lamentamos informarle que en esta ocasión no ha sido seleccionado. Es simple. Es entender que en muchos casos, esa entrevista de trabajo, ese proceso de selección, es la tabla de salvación en la que muchos depositan su esperanza. Está bien que no les den el puesto, pero por lo menos devuélvales en algo la dignidad.
A diario, miles de personas se quedan esperando una respuesta luego de una entrevista de trabajo.
¿Y los pagos? Vaya usted a cobrar un servicio prestado y lo mínimo que toca hacer es arrastrarse, rogar para que cumplan su promesa de pago a 60 o 90 días. De esto sabemos, y mucho, los que trabajamos en forma independiente. Todo depende del nivel de malparidez con que amanezca el funcionario.Lo curioso del caso es que nadie pareciera entender que estar de este lado de la ventanilla no garantiza que mañana se pueda estar del otro y que hay otras formas de ponerse en el lugar de los demás, aparte de colarse en la fila del Transmilenio.
Seamos serios. Ocupado el Papa y sigue dando audiencias.