No sé ustedes, pero yo estoy mamado. Llevamos más de veinte años discutiendo cada día si Uribe es el diablo o la reencarnación de Jesucristo. Ya va siendo hora que alguien nos diga la verdad, un veredicto que nos permita canonizarlo o condenarlo.Una especie de juicio de Nuremberg o de tribunal de la Haya.Aunque sea Wikipedia o el Almanaque Bristol. ¡Alguien!.

Estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad de Antioquia. Fue Jefe de Bienes de las Empresas Públicas de Medellín en 1976, Secretario General del Ministerio del Trabajo en 1977 y Director de la Aeronáutica Civil entre 1980 y 1982. En 1982, Uribe fue nombrado Alcalde de Medellín por  Belisario Betancur, pero solo duró cinco meses en el cargo.  Fue concejal en 1984 y 1986, año en el que saltó al Senado y desde su época, ha estado en el centro de la polémica. En diciembre de 1993, durante el gobierno de César Gaviria, fue aprobada la Ley 100 y Uribe fue su principal ponente. En esencia, esta ley buscaba ampliar la cobertura en salud y fortalecer el sistema pensional, en manos, hasta ese entonces del Seguro Social.  Hay que decir que la ley 100 de 1993 regula el sistema general de seguridad social en salud, de pensiones, de riesgos laborales y el de servicios sociales complementarios. Con ella, se le dio vía libre a la creación de las EPS, las IPS, los fondos privados de pensiones pero los malos manejos administrativos y financieros tienen al sistema al borde del colapso. Si bien Uribe, fue su principal promotor, no hay que olvidar que la bandera del gobierno de ese entonces era el neoliberalismo que trajo consigo una ola de privatización de lo estatal.

Ya va siendo hora que alguien nos diga  si es el diablo o el mesías.

En el 94, fue electo gobernador de Antioquia, donde fortaleció la educación y la infraestructura, pero además abrió la puerta para la creación de las Convivir, cooperativas de seguridad privada, germen de los grupos paramilitares y origen de su fama de “paraco”, que muchos le atribuyen. En esa época también fue célebre su polémica con los esposos Mauss, a quienes acusó abiertamente de negociar con el ELN para no secuestrar a los ejecutivos de la multinacional Mannesman. Luego fue a estudiar a Oxford, desde donde apoyó al entonces candidato Horacio Serpa, no sin antes instarlo a pedir los cascos azules de la ONU para proteger a los grupos de Derechos Humanos y la población civil, como una cruel paradoja de su visión del mismo tema de hoy en día. Otra perla de ese entonces es su frase acerca que “la corrupción y el clientelismo son grandes enemigos del empleo y la inversión social”.

En el 2002 fue elegido Presidente de Colombia en primera vuelta, con el 53,1 por ciento de los votos. Su candidatura fue apoyada por grupos diversos, como Cambio Radical, Equipo Colombia, Colombia Siempre, Somos Colombia, Conservatismo Independiente, el Movimiento de Salvación Nacional y el Movimiento de Integración Popular (Mipol) y por supuesto, del Partido Conservador que se le apunta a todo desde ese entonces. Luego, en 2006 y con la efervescencia de la popularidad en la cabeza, se hizo reelegir, en medio de un proceso poco claro, y luego, cuatro años más tarde, eligió prácticamente a dedo a Juan Manuel Santos. A partir de ahí, la historia es conocida porque es el pan de cada día.

La opinión sobre Uribe tiene más que ver con la tirria o la lambonería que con la ideología.

A Uribe, lo han acusado prácticamente de todo, pero la verdad verdadera, es que nada le han probado, bien porque es inocente o bien porque es un genio que pocas huellas deja de lo hecho.Lo único cierto es que muchos de sus colaboradores más cercanos pagan y han pagado años en la cárcel, no propiamente por su buen comportamiento.Uribe como todos los políticos se ha creído el cuento de ser el enviado directo del Mesías, el salvador que la patria necesita, que la vida del planeta entero depende de su genio. Es déspota, ególatra, pantallero, tramposo, autócrata, mentiroso, vanidoso, manipulador, mañoso, presumido, pedante y tirano. En eso, es igual a todos los políticos. La diferencia está en que ha sido capaz de estructurar un discurso sólido y concreto y de convertir a sus seguidores en una secta dispuesta a inmolarse por su líder, que en últimas es el deseo de todos nuestros gobernantes. Eso, de alguna manera habla bien de él como fenómeno político, pero habla mal de sus aduladores que no le ven defecto alguno, pero también de sus detractores, que no le ven ninguna cualidad. Sin embargo, eso tiene que ver más con la lambonería y con la tirria que con la ideología.

Diablo o santo. Muchos tenemos una opinión al respecto. Lo que nos falta son pruebas o de lo uno o de lo otro…