Anoche tuve un sueño. En ese plácido descanso, el candidato por el movimiento Colombia Humana, había decidido dar un paso al costado en su aspiración presidencial, para lograr distensionar el ambiente polarizado que se nos avecina y de paso abrirle camino a una tercería que nos diera la posibilidad de tener un país en paz, sin cortes cerradas, ni medios amenazados y también, por qué no decirlo, cerrarle el paso a un nuevo mandato de Uribe, esta vez en cuerpo ajeno.

Si bien, aún faltan dos meses y en ese tiempo, es mucho lo que un candidato presidencial la puede embarrar, es difícil que un candidato como Duque caiga en las encuestas y casi, casi, es un fijo para pasar a la segunda vuelta, si es que no gana en la primera, sin importar que esté puesto ahí por la magia del señor ex presidente como dicen sus detractores, o porque en realidad es un candidato muy bueno, como dicen los que lo siguen.

Por otro lado, también es difícil que un tipo como Fajardo, logre por si solo, deshacerse de la fama de insípido, anodino, gris, insustancial y un poco soso que carga desde siempre. Una mente brillante con un ego gigante que no conmueve ni a las tías. De la Calle, por su parte y habida cuenta su experiencia y su edad, podría ser el más preparado. Quien lo ve tan serio y tan altivo, poniendo la cara de circunstancia porque los números no cuadran, no puede uno pensar por un momento que fue un poeta nadaísta. Una vez conoció los escritos de Gonzalo Arango quedó matriculado. Jota Mario Arbeláez lo recuerda como “ un flaco, inquieto, mamagallista, gran lector de literatura existencialista y surrealista”. Hoy, a sus 70 años cree que aún tiene cuerda para rato.Vargas Lleras, por su lado, es Vargas Lleras, quien cree que el país le debe y de alguna manera se siente con derecho a ser elegido, sin importar sus malas compañías.

Petro es la muestra clara que a ningún político hay que darlo por muerto

Ahora pasemos a Petro. Luego de su paso por la alcaldía de Bogotá, nadie daba un peso por su futuro político. Sin embargo, a punta de una inteligencia a toda prueba, una verborrea incontenible, un uso habilidoso de las críticas que recibe y una lectura adecuada de las necesidades de los pobres, se encumbró a la parte alta de los vaticinios electorales, al punto de lograr representar una amenaza latente para el establecimiento, aunque él de alguna manera también lo representa. Nacido en Ciénaga de Oro y adoptado por Zipaquira, Petro representa la viva imagen de un colombiano que no se deja de la vida: personero, concejal, guerrillero, exguerrillero, economista especializado con estudios en Desarrollo, Población y Medio Ambiente de la Universidad Católica de Lovaina, representante a la Cámara, senador, candidato presidencial en 2010, alcalde de Bogotá, son logros que nadie se los quita como tampoco lo mañoso, lo taimado, lo ventajoso, lo calculador y lo ladino, una especie de mezcla extraña del Che Guevara con Turbay Ayala. Sus detractores han logrado vender la idea que con Petro nos convertiremos en otra Venezuela y que en poco tiempo, los colombianos estaremos vendiendo dulces y manillas en el transporte público de Quito o de Lima. Y él tampoco ayuda, porque su arrogancia lo obnubila y ya se siente en el Palacio de Nariño con Hollman, Bolívar y Pernía.

Sin embargo, si por esas cosas de la vida, en un momento de inspiración renunciara a sus aspiraciones, que entendiera que este no es su tiempo, que su candidatura lo único que hace es abrirle el paso a Uribe y sus muchachos, que moderando un poco su discurso tendría espacio en cuatro años cuando se deshaga del lastre de la imagen de Maduro y a la gente se le olvide lo que pasó en sus tiempos de alcaldía, que en un gesto de humildad allanara el camino para una tercería, que actuara como un verdadero hombre de estado que antepone los intereses del país antes que los suyos, en fin, un milagro como de esos en los que Jesús convertía el agua en vino, Petro pasaría a la historia.

Recién desperté. Ahora no sé si prefiero el insomnio a la pesadilla que se avecina, en la que el que agoniza se ríe del desahuciado.