Un país como el nuestro, es un país lleno de bufones y peleles, que se jodió cuando dejamos de jugar por la gaseosa y convertimos la vida en la batalla diaria por ser la vaca que más caga. Nos encanta presumir lo que no somos, aparentar lo que no tenemos, simular lo que no hemos hecho, decir lo que no sabemos y fingir lo que no sentimos.

Por eso nuestros políticos se pintan las canas, se inventan títulos, se hacen implantes de pelo, se cambian las gafas, se escogen corbatas, se acentúan los rasgos juveniles, se disfrazan de librepensadores, posan y sonríen, mientras los asesores  los obligan a meter la barriga en los bolsillos. Por eso nuestros intelectuales hablan de libros que no han escrito, de autores que no han leído, de actitudes que no han tenido. Profundos como mar de orilla y espesos como arroz de leche en bazar de colegio, a los que se les quema un agua y se pierden cogiendo Transmilenio. Babas, puras babas, llenas de un arribismo que se nos sale por los poros.

Nos encanta presumir  lo que no somos y aparentar lo que no tenemos

Pero la hemorragia no está afuera. Está en cada uno de nosotros, que nos hemos llenado de frases y de poses para vender una idea sofisticada de lo que somos(que no somos) o de lo que hacemos (que no hacemos).La verdadera causa de todos nuestros males es esa actitud marketera que adquirimos, según la cual la imagen es más importante que la propia realidad, la apariencia lo es más que la propia esencia y el tener antes que el ser. En realidad, lo que tenemos es miedo, turbación y desconfianza, físico culillo de reconocer lo que en realidad somos, porque el ego y la arrogancia no son más que un costalado de temores.

Amamos llenarnos de un glamour ficticio que obviamente no tenemos. Nos encantan las formas y las fachas. La banalidad y lo superfluo llenan todos nuestros días y nos atiborramos de frases rimbombantes para tapar nuestras miserias, como si eso nos hiciera mejores, nos subiera de nivel o como si las desdichas no hicieran también parte de la vida.

La vida terminó gobernada por las leyes del marketing.

La ética ha sido reemplazada por la estética, los principios por los valores, la justicia por el código, la nutrición por la llenura, la felicidad por el éxito bancario, el reconocimiento por la fama, la sabiduría por Google, el conocimiento por Wikipedia, los abrazos o las despedidas por los mensajitos de whatsapp, el amor por los sudores y los retratos por las selfies.

Terminamos presos de las aceitunas sin hueso, de la leche deslactosada, del pan sin gluten, del sexo sin ganas y de la nadería y la bobada. La verdad acabó en manos de los que más gritan, de los que más vociferan, de los que más insultan, de los que más ultrajan, de los más fantoches. Perdimos el norte. Y también el sur y el occidente. Nos queda el oriente que es por donde sale el sol y por eso, tal vez sólo por eso, subsista una esperanza.