El fútbol no es ni de cerca un ejemplo de decencia, recato, pudor, buenas maneras o modales. Un claro ejemplo es la llamada “cláusula del miedo”,según la cual los clubes que ceden un jugador a otro equipo, le impiden jugar en su contra cuando se enfrentan. El caso salió a la luz recientemente  en la antesala del enfrentamiento del Bayern donde juega James Rodríguez  contra el Real Madrid, en la semifinal de la Champions cuando se especuló con la posibilidad de que existiera ese acuerdo. Este, sin embargo, no es ni mucho menos, un invento nuevo. En la década del setenta, ya Alex Gorayeb lo usaba con los jugadores que el Cali le prestaba a otros equipos.

Eso en el deporte. Sin embargo, pasa en la política y en la vida en general. Solamente basta darle una mirada al continente. En Ecuador, Rafael Correa, literalmente puso en el poder a Lenín Moreno con la esperanza y con la convicción que haría todo lo que él dijera y ordenara. En otras palabras, lo impulsó, lo ayudó, lo indujo, lo incitó, pero con unas condiciones. Al final, terminaron, casi, casi, dándose en la jeta. En Venezuela, si Chávez estuviera vivo y viera el desastre ocasionado por Maduro, se volvería a morir o por lo menos le daría un nuevo golpe de estado, porque si bien, el primero no es que tuviera muchos resultados económicos que mostrar, por lo menos tenía carisma, cantaba y cada declaración suya ponía a temblar al continente. Maduro, solamente produce risas. En México y mientras se mantuvo la hegemonía del PRI, era común oír hablar del dedazo cuando el presidente de turno escogía, según su parecer y entender al candidato de ese partido a la presidencia, que era la forma de ungirlo al nuevo cargo. Por supuesto nadie se salía del redil, porque de los políticos mexicanos podrán decir que son tránsfugas y torcidos, pero no desagradecidos, como tampoco se le podrá decir a Dilma Roussef, puesta en la presidencia del Brasil por el hoy encarcelado Lula Da Silva. Siguió tan al paso sus indicaciones, que terminó destituida e investigada por corrupción. Otro ejemplo, que falta ver en qué termina, es el recientemente ungido Miguel Díaz- Canel en Cuba, señalado como su sucesor por Raúl Castro, que a su vez fue puesto por Fidel. Yoani Sánchez, la bloguera y activista cubana, escribió recientemente en El País de España que “el sueño de la normalización en Cuba ha durado poco. Ante el dilema de conservar todo el poder o ceder una parte, para evitar una fractura dramática, Raúl no se diferenció mucho de su hermano y eligió el control absoluto… …al régimen cubano le ha tocado irse destiñendo como una vieja fotografía: sin gracia ni romance. Ese proceso comenzó hace doce años cuando Fidel Castro enfermó y transmitió el mando del país, por vía sanguínea, a su hermano menor”.

Todos quieren imponerle a su sucesor, las formas y los modos de gobernar.

En Colombia, tal vez no valga la pena repetir la historia, porque la padecemos a diario: Quemado el fusible de Andrés Felipe Arias, Uribe le apostó a Santos, sin tragárselo del todo, como cuando las esposas le dicen al marido, «no lo haga, no lo haga” y uno de vivo, lo hace, para que al final, ellas siempre tengan la razón. A pesar de todas las previsiones y las mil y una cláusulas del miedo que Uribe debió tomar, Santos, acostumbrado a mandar desde chiquito, no vio el menor reparo en hacer lo que le diera la gana. Traicionero, traidor, falso, ingrato, malagradecido, es lo menos que le han dicho, por tomar sus propias decisiones, sin tener en cuenta a Uribe.

A nadie le gusta que lo monten, ni siquiera en la posición del misionero.

La cláusula del miedo, en la política, el deporte o en la vida, deja por fuera el hecho simple que a nadie le gusta sentirse dominado y subyugado, que lo monten, ni siquiera en la posición del misionero que termina por cansar, que la gente tiene vuelo propio, que toma sus propias decisiones y más si se siente con poder y que al final de los días, es mejor equivocarse por decisión propia que por interpuesta persona.

En un mes, escogeremos presidente y las cartas ya están jugadas. Lo único cierto es que como diría el señor expresidente, “a un perro no lo capan dos veces” y ese gol no se lo vuelven a meter.