Es difícil que algún colombiano se emocione y vibre con el hallazgo de un pozo petrolero de Ecopetrol. O que alguien se compre una camiseta chiviada de Alpina o de Nutresa para salir a gritar en las esquinas. Y sin embargo, son negocios tan nuestros, tan esforzados, tan prósperos, como nuestra selección de fútbol.

Porque una cosa son esos muchachos que ganan millonadas jugando en las ligas europeas, otra el fútbol, un deporte con el que aún sueñan muchos niños en el mundo y otra bien distinta es el negocio que termina derivando generalmente en el engaño, en la trampa, en la argucia, la falacia y el embuste, privilegiando el dinero al deporte.

El fútbol ha cambiado y ya poco tiene que ver con el que soñábamos de niños.

Tal vez en la época de Camus, la selección era la patria. Pero hoy en Colombia, la selección es de Bavaria, de Caracol, de Coca Cola y de otros muchos patrocinadores que llenan las arcas de la Federación de Fútbol, claramente un negocio de privados. Y eso no es ni bueno, ni malo. Es simplemente una realidad.

Por eso no resulta extraño que la selección colme el estadio para despedirla y para recibirla, porque gracias a una cuidadosa estrategia de marketing nos llenan a los hinchas de un espíritu nacionalista tal que poco y nada nos importa capar una jornada de trabajo o declararnos enfermos terminales por un día. Porque lo importante es rendirle un tributo a estos nuevos héroes nacionales que, cansados, asumen que poner buena cara luego de doce horas de vuelo, es parte del trabajo. Tampoco resulta extraño que los periodistas de esos medios, poco critiquen lo que pase alrededor de la selección y se conviertan más bien en perifoneadores de ocasión.

Los aficionados entramos en el juego porque amamos el fútbol. Porque de alguna manera nos vemos representados en estos niños con billeteras de grandes que alguna vez se atrevieron a soñar con jugar en un Mundial, al que llegaron por esfuerzo propio o el de alguno de sus padres, y no porque el Estado, ni los políticos de turno, les hubieran ayudado con el hilo para remendar el guayo roto.

Nuestros jugadores han llegado donde están gracias a su esfuerzo y por eso se merecen todo.

El fútbol por su parte, cada vez es más lejano al que jugábamos de niños. Sin reglas, sin arcos, metegol-tapa, sin más premio que compartir con los amigos una gaseosa con boronas, que empezaba en las mañanas muy temprano, y solamente terminaba cuando la mamá nos llamaba a gritos para comernos el almuerzo. El VAR de hoy será muy bueno, pero nada reemplaza las eternas discusiones en torno de una pola en las que éramos capaces de dejar hasta la vida para convencer a los otros de que era gol y no fuera de lugar. La tecnología y el negocio han creado dos deportes: uno en el que lo que importa son los derechos de televisión, las camisetas, las caras de Ronaldo y las payasadas de Neymar; y otro muy distinto, que es el que se juega en cualquier potrero, en la playa, con un balón cansado de tantos golpes recibidos y en los que el gordo siempre tapa.

Por eso, la selección es una cosa. La patria es un invento de los políticos de ahora para justificar sus tropelías. Y los negocios… Siempre serán negocios.

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