Los colombianos vivimos entre  la presbicia y la miopía. O bien, no somos capaces de ver las cosas que pasan en frente de nuestras narices o, por el contrario, somos torpes cuando se trata de mirar hacia adelante.

Nuestra bipolaridad poco ayuda y nos la pasamos entre el odio y el amor,  la felicidad y la tristeza, el sarcasmo  y la alabanza, el cinismo y la franqueza. Somos extremistas de ocasión, porque aparte de intransigentes y sectarios, somos culiprontos, que nos acomodamos sin sonrojo. En realidad, lo que pasa es que no tenemos ni idea de en dónde estamos parados, de lo que queremos, de lo que creemos, de lo que sentimos.

O bien, no somos capaces de ver las cosas que pasan en frente de nuestras narices o por el contrario somos torpes cuando se trata de mirar hacia adelante.

 

Yo por ejemplo, soy de esos católicos de centro -tibio si se quiere- porque soy de los que cree en Dios por necesidad, por herencia, por cansancio, por costumbre y porque se me da la gana, lo que no me impide aborrecer la pederastia, los lujos innecesarios, el oropel y el relumbrón. Creo, comulgo, voy a misa, pero como tampoco nada me lo impide, hago uso de mi libre albedrío y por eso apoyo el matrimonio gay, el aborto y en general las posiciones de avanzada que poco y nada le gustan a los jerarcas. Para mi el “Altísimo” es una mezcla de Manu Ginobili y Yerry Mina, porque a Dios lo siento cerca, en el cajero del D1 que me atiende o en ese gamín rehabilitado  que se ha convertido en conductor de Transmilenio  y que acaba el carro en cada hueco de la Troncal de la Caracas. Debo reconocer también, que ahora que ando jodido, me siento un poco desilusionado ya que me da la impresión que Dios está mirando hacia otro lado, porque pido más que moza con gemelos y nada que me escucha. Sin embargo, a veces retorna la lucidez y vuelvo a creer. Debe ser eso que llaman fe.

En este barrizal, lo mejor es no casarse con ninguna ideología

En cuanto a política me reconozco como ecléctico, que es la forma cool de decir que no creo en nada o que creo en todo, un poquito de allí, un poquito de allá, porque en este barrizal lo mejor es no casarse con ninguna ideología. Dicen que el mundo se está yendo a la derecha, pero la verdad yo no entiendo nada, porque siempre creí que ser de derecha era abogar por la conservación del orden para el desarrollo de cualquier gestión de gobierno, la defensa de la libertad individual, la propiedad privada y el libre mercado. Sin embargo, en Colombia, en el Brasil que propone Bolsonaro o en los Estados Unidos que padece a Trump, se regula o se pretende regular, la dosis mínimas de  droga, el matrimonio y la adopción homosexual, el derecho a la protesta y muchas otras cosas más. La izquierda, por su parte, siempre la identifiqué con los valores de progreso, igualdad, solidaridad, insubordinación, y reformismo. Sin embargo, a la hora de la verdad, al momento de gobernar han demostrado las mismas mañas y los viejos vicios de los que tanto critican.

Del fútbol mejor ni hablar, porque antes uno era hincha de Millonarios o en un caso muy extremo, de Santa Fe, pero hoy somos hinchas del Barcelona, del Real Madrid, del Bayern, del Mónaco, del River o del Boca, dependiendo de donde juegue un colombiano.

Como ven, mi problema de miopía y de presbicia, rápidamente está corriendo hacia el glaucoma…