Ni de lejos he tenido que padecer las afugias de estudiar en una universidad pública. Tampoco mis hijas. Por razones de la vida, tuvimos la posibilidad- o la desventura, según como se vea- de estudiar en una universidad privada. Mucho menos viví la tempestad del Mayo francés. Era muy pequeño y solamente me interesaba patear una pelota de letras. Eso claramente, no me impide ver, tal vez con el deseo, las enormes coincidencias entre ambos movimientos.
Las protestas en Francia arrancaron como un manual de quejas en las universidades estatales y acabaron como un ensayo general de una revolución en contra de todo autoritarismo. Las colombianas, que ya van a completar dos meses, se han centrado en la solicitud de recursos para el funcionamiento de las universidades públicas, así como en una reforma a fondo de la Ley 30 de 1992 que regula la educación superior en nuestro país. De Gaulle en Francia y Duque en Colombia, también tienen sus coincidencias: ambos, con una popularidad en picada (aunque el francés era general y héroe nacional y tenia a cuestas diez años de mandato) los miraron al principio de soslayo. Luego, intentaron apretarlos con la fuerza: De Gaulle con la policía antidisturbios y Duque con el Esmad. En Francia no fue suficiente. En Colombia aún no sabemos. Allá terminó en la disolución de la Asamblea Nacional, el cambio de Gobierno del primer ministro George Pompidou, y en la convocatoria de nuevas elecciones. Acá, casi con seguridad, no llegaremos a tanto.
Es claro que en Colombia, el movimiento no cuenta con un líder tan carismático como fue Daniel Cohn-Bendit, llamado Dany el rojo, pero los que hablan en representación de los demás, lo hacen con propiedad, sin histeria, con datos y dispuestos a no dejarse engatusar, porque si algo hay que decir, es que los universitarios no son unos adolescentes que quieren capar clase y les encanta el ruido y la recocha, sino que por el contrario, están dispuestos a jugarse el todo por el todo.
Los universitarios colombianos hablan con propiedad, sin histeria, con datos y dispuestos a no dejarse engatusar.
Vale decir que los movimientos estudiantiles colombianos no se han caracterizado por su coherencia o por su su presencia en la vida nacional, pero las pocas veces que lo han hecho, han logrado cambios importantes: En 1954, miles de estudiantes se movilizaron en contra de la dictadura de Rojas Pinilla, que no tuvo más remedio que disolverlos a punta de plomo y bolillo con varios muertos de por medio. Diez años mas tarde, un grupo de jóvenes estudiantes de la Universidad Industrial de Santander marcharon desde Bucaramanga a Bogotá en busca de mejores manejos administrativos para esa institución. Luego de dos meses de protestas se acordó dar mayor representación de las asambleas estudiantiles en la toma de decisiones, mejoramiento de la calidad y eficiencia del profesorado, respeto a la libertad de cátedra y expresión y una reforma de los estatutos generales de la universidad, entre otros. A finales de los 90, un grupo de estudiantes logró impulsar el movimiento de la “Séptima papeleta”, que trajo como consecuencia la Constitución del 91, con todo y sus defectos, con todo y sus bondades. Veinte años más tarde, arrancando apenas el primer gobierno de Santos, él y su ministra María Fernanda Campo, decidieron reformar la Ley 30. Buscaban, palabras más, palabras menos, consolidar un modelo de universidades con ánimo de lucro, permitir la entrada de capital extranjero en las instituciones oficiales y autorizar que el gobierno destinara recursos públicos a las privadas. Los estudiantes se rebotaron y nació la MANE, o Mesa Amplia Nacional Estudiantil, que a punta de marchas logró doblegar al gobierno que no tuvo más remedio que retirar la propuesta.
Todos tienen sus razones. Lo único cierto es que la universidad pública en Colombia está desfinanciada
Hoy, el problema se ha agravado porque es un hecho real y concreto que la universidad pública está desfinanciada de manera estructural y este déficit seguirá creciendo si no se toman decisiones de corto y mediano plazo. El Gobierno dice que no hay plata y que prefiere no hacer promesas que después no va a cumplir, algo que parece razonable, pero también propone cosas locas (creativas dirán sus aúlicos) como que los particulares donen dinero para financiar la educación.Los estudiantes dicen, por el contrario, que plata hay y que lo que falta es voluntad política y lo demuestran con cifras en la mano, porque destinar plata para el Icetex es convertirlo en un banco más, que presta y clava a sus deudores y con el programa Generación E, lo único que se logra es “engallar” a “Ser pilo paga” como cuando uno le ponía llantas anchas a un Renault 4.
Nadie sabe quién ganará este pulso. Lo único cierto es que los estudiantes han logrado darle una bocanada de frescura, entusiasmo tranquilo y argumentos firmes y serenos a una situación que sin duda es la raíz de muchos de nuestros problemas.
A lo mejor las “playas si están debajo de los adoquines y hay que ser realistas y pedir lo imposible”…