En Colombia, los medios de comunicación nunca han sido independientes. Desde El papel periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá, fundado el 9 de febrero de 1791 por el cubano Manuel del Socorro Rodríguez por encargo del Virrey José de Ezpeleta y en el Reinado de Fernando VII, pasando por La Bagatela, fundada por Antonio Nariño, que defendía las posturas del otrora prócer, o El Tiempo, fundado por Alfonso Villegas y vendido luego a su yerno Eduardo Santos, nuestra historia la han escrito medios que defienden intereses, propios o ajenos, para no hablar de la prensa local y regional.
Con pocas excepciones, la gran prensa ha sido cercana al poder, que empalaga y embelesa con dádivas, publicidad, chivas o nombramientos. El Tiempo y El Espectador fueron cerrados en tiempos de Rojas Pinilla, pero más por lo que representaban políticamente, que por su influencia o rigor periodístico, al igual que Alternativa y Voz, que cerraron por física anemia económica, por nombrar a unos pocos. Desde siempre los gobiernos le han dado a los medios garrote y zanahoria, según su nivel de malparidez o de arrogancia y estos a su vez, lloran o celebran dependiendo de lo que digan sus patrones, ya que en medio de esa batalla siempre quedan los periodistas que no son más que empleados, unos mejor pagos que otros, pero empleados al fin y al cabo.
Nuestra historia la han escrito medios que defienden intereses, propios o ajenos
En los años 90 hubo una transformación fundamental y fue el hecho del cambio de dueños: de los políticos y gamonales, los medios pasaron a manos de los grandes empresarios con la venta de El Espectador y Cromos al Grupo Santo Domingo, que ya era propietario en ese entonces de Caracol Radio y Caracol Televisión y de la naciente Celumóvil, así como Ardila Lulle era dueño de RCN Radio y RCNTelevisión. Luego llegó Slim, Sarmiento, los canales privados, Netflix y las nuevas plataformas y el juego cambió fundamentalmente, porque las noticias se empezaron a mezclar con los mandados.
Hoy, como en el viejo chiste de “ organicémonos”, hay que prender la luz para saber quién es quién y dónde es por dónde, por lo que las noticias y los editoriales, como los brownies de Tostao, versión moderna de los “negros” de panadería y tortas de pan en la casa de las abuelas, lo mejor es no saber cómo se hacen, ya que todas tienen su intención y su propósito.
Todos nos extrañamos de los bajos ratings de RCN Televisión y elucubramos teorías acerca de sus causas, que palabras más, palabras menos, siempre se resumen en su posición a favor del uribismo. ¡Fácil, cambien y volverá el cariño!. Pues no, porque resulta más rentable un día de rebaja en el impuesto a las bebidas azucaradas ( Postobón y los ingenios) que un puntico más en las encuestas de sintonía. Además cuentan con el apoyo de La República, La FM y RCN radio, también de propiedad del mismo Ardila. Igual pasará con el impuesto a la cerveza y lo que nos informe Blu o Caracol Televisión ( El Espectador se ha mostrado siempre independiente) o El Tiempo,Portafolio y City con lo que tenga que ver con Sarmiento y con el Fiscal Martínez, o Red Más Noticias con los intereses de los cableoperadores. Que Uribe a través de Duque se quiere vengar de Noticias UNO, parece ser evidente, pero también que cuando Yamid Amat y Daniel Coronell critican, con razón la ley de modernización de las TIC presentado por el Gobierno para pagar favores y cobrar viejas deudas, también lo hacen en nombre propio, no como periodistas sino como empresarios. Igual pasa cuando habla la ministra Constaín o la senadora Guerra, o Petro o Uribe o Duque . Como en pelea de malosos entonados, acá no se pierde puñalada, porque las comunicaciones en Colombia se llenaron de comerciantes, lobbystas, mercachifles y políticos.
En toda esta confusión, la verdad parece ser lo menos importante
Por eso, la verdad es lo menos importante, porque cada cual tiene la suya y nosotros los de a pie, SITP y Transmilenio lleno, seguimos tuiteando y alegando en favor de Noticias Uno y CMI pero vemos Noticias Caracol, pedimos más programas culturales y no nos despegamos de Elif y Yo me llamo. Criticones de ocasión, quisquillosos de café, exigentes de bar de cerveza artesanal, blogueros semanales o divas de youtube. Y por eso así nos va…