Pueden ser tonterías de adulto contemporáneo o chocheras vintage de medianía en el ocaso, o puede ser tal vez, que en el fondo sigo siendo el mismo  niño que jugaba fútbol desde que el sol entraba por mi ventana y el repartidor de periódicos tiraba El Tiempo por encima de la reja, hasta cuando me llamaban a gritos a comer antes de las noticias de las siete.

Digo que soy de esos anacrónicos bizarros para los que el fútbol, el verdadero fútbol, eran los partidos interminables de banquitas o el metegol-tapa en las canchas hechas con sacos y ladrillos, pedirse ser Pelé, cotejos de honor que se resolvían a mocos, lagrimas y trompadas para terminar compartiendo una gaseosa con boronas. Digo que soy de esos obsoletos en desuso para los que el fútbol, el verdadero fútbol, era embetunar los guayos viejos para tapar las hebras descosidas, jugar enguayabado, correr y meter, dejarse ver con  las mañas y los trucos de canchero de vereda, ganar y celebrar los goles hasta que las venas del cuello se brotaran y el bar se escribía con b grande y no con v chiquita como decían las abuelas, porque las fallas arbitrales y los goles anulados se dirimían en medio de un petaco de cerveza. Y digo que soy de esos arcaicos para los que el fútbol, el verdadero fútbol, es aceptar el paso de los años para refugiarse en las canchas de pasto sintético en partiditos de veteranos que intentan recordar el pasado con  un dribling y un taquito que incapacita por lo menos dos semanas. Y digo que eso era el fútbol, el verdadero  fútbol porque lo de hoy es otra cosa. Pero repito, puede ser la edad.

 

Soy de esos anacrónicos para los que el fútbol eran las canchas hechas con sacos y ladrillos.

Oswaldo Soriano le escribió una carta que Eduardo Galeano publicó en su libro Fútbol a sol y sombra “Querido Eduardo: Te cuento que el otro día estuve en el supermercado Carrefour, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos”. Y es que ese cuento refleja de cuerpo entero en lo que se convirtió ese deporte de once contra once, porque el fútbol de hoy se jodió, como muchas otras cosas en la vida, cuando apareció la propiedad privada y lo convirtió en  un negocio. Hoy, el fútbol es un ejercicio financiero en manos de burócratas para los que un gol no es alegría, sino un argumento más de venta para llenarse los bolsillos. Hoy el fútbol está lleno de héroes que no ríen porque la jauría de empresarios, mercachifles y asesores marketeros los atafagan desde niños y les refunden la alegría de jugar. Messi, James o Cristiano, bien podrían ser esos ángeles descritos por Eco en El Nombre de la Rosa para los que la risa y el placer de lo sencillo eran una incitación a perderle el miedo a Dios. Cuatrocientos goles no le han bastado a Messi para quitarle la tristeza en la mirada.

El fútbol es un ejercicio financiero en manos de burócratas para los que un gol no es alegría, sino un argumento más de venta.

Y sí, hoy el fútbol se encuentra en todos lados. En la tv y en la tablet, en la radio y en las vallas de almacenes, en los anuncios de perfumes y cervezas, en las aguas de botella y en las campañas contra el hambre de los niños africanos, en los bancos y en las cuentas de Instagram. Estamos ahítos porque tanto no es mucho, como alimentarse no es almorzar con palomitas de maíz, porque como dice Valdano “el fútbol refleja a la perfección todos los vicios de la globalización: hay cada vez menos ricos y cada vez más pobres”

Yo sé que lo que estoy diciendo es casi como hablar de tolerancia en medio de una fiesta de agentes del Esmad, pero por ejemplo  a mí me gustaba más cuando la transmisión de un partido era un verdadero acontecimiento nacional o cuando la selección jugaba de salmón y banda tricolor y no era un producto más de Bavaria y Caracol Televisión. Por eso, que nombren a Queiroz o al mismísimo Guardiola, me importa lo mismo que cuando nombran presidente de Ecopetrol, de Nutresa o del circo de los hermanos Gasca: empleados que contratarán por buenos y echarán por malos, como a todos. Muchos dirán que no es comparable, que el fútbol es otra cosa, porque  nos han hecho creer que la Selección, esa multinacional del entretenimiento es como decía Camus, “ la patria” y no, porque ninguno de esos muchachos es producto de la acción del estado sino del esfuerzo propio y del de sus familias y eso que llaman patria es una entelequia que usan los políticos de por acá para edulcorar sus discursos incendiarios.

Como Silvio Rodríguez en “La familia, la propiedad privada y el amor” (banda sonora de “La familia, la propiedad privada y el estado» de Engels)  puedo decir que el fútbol de hoy es “el derrumbe de un sueño, algo hallado pasando, una esponja sin dueño un silbido buscando que resultaba ser yo”. Por eso, como dijo Maradona en uno de esos pocos momentos raros de sensatez, “la pelota no se mancha”. Del resto, que se encarguen los mercachifles y piratas…