Mientras el país se nos deshace cazando pispirispis o preguntando tonterías, no nos hemos podido poner de acuerdo en el número de líderes sociales asesinados en el último año o siquiera en su definición.

Indepaz, una ONG creada en 1984 para el estudio de temas relativos a la paz, dice que  hasta noviembre del año anterior fueron 226. La Defensoría del Pueblo, por su parte, habla de  162 en todo el  2018. La Fundación Paz y Reconciliación hace cuentas de 211 y en su Observatorio de Violencia Política agrega datos escalofriantes: 274 amenazas, 200 homicidios, 56 atentados, 9 secuestros, 4 desapariciones forzadas y 2 agresiones sexuales.  Amnistía Internacional habla de 566 asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos desde el 2016 hasta el 10 de enero del 2019 y dice claramente que «el asesinato de líderes sociales no es una prioridad del gobierno Duque».

No nos hemos podido poner de acuerdo siquiera en la cifra de líderes sociales asesinados

En estricta lógica, un líder social puede ser cualquiera que se dedique a abanderar las preocupaciones de una comunidad sin distingos de ideología, sexo o género. Sin embargo, en Colombia, la definición de quién es un líder social es la del imaginario creado por la llamada Seguridad Democrática, es decir  un personaje de izquierda, que lucha por la restitución de bienes, los derechos humanos y el medio ambiente, que incluso bordea los límites de la subversión. Esa tesis se acomoda perfectamente a los intereses de una sociedad plutocrática como la nuestra. No de ahora, sino tal vez desde siempre, en Colombia el poder  ha estado  en manos de los más ricos o muy influido por ellos. No en vano, durante los últimos treinta años, los Ministros de Defensa han sido personajes del mundo empresarial: Rafael Pardo,  Fernando Botero, Gilberto Echeverry, Rodrigo Lloreda, Luis Fernando Ramírez, Martha Lucía Ramírez, Jorge Alberto Uribe, Camilo Ospina, Juan Manuel Santos, Gabriel Silva, Juan Carlos Pinzón, Luis Carlos Villegas y  Guillermo Botero, por nombrar algunos. Ricos, defendiendo ricos y para quienes, en la gran mayoría de los casos, la muerte de líderes sociales no han sido más que anécdotas pasionales, crímenes de ocasión o porque simplemente “ algo deberían estar haciendo”.

Un líder social es un pobre que intenta defender a otros más pobres que él.

Uno, ya nos debería causar escozor, llenarnos de vergüenza, pero en verdad nos interesa poco. Es más, el tema se ha vuelto paisaje, hashtags en redes sociales, pero de ahí no nos pasa la efervescencia, pero todos esos muertos tienen nombre y apellidos, caras, familia, sueños, miedos y distintas urgencias. No nos bastaron los miles de muertos que dejó el conflicto, o la época de la violencia partidista, o los muertos de la UP, porque seguimos empeñados en matarnos.

Duque, acaba de proponer su estrategia de seguridad, donde se destaca una red de informantes, que aunque no es lo mismo, se parece mucho a la semilla de la terribles Convivir de Uribe, que incluso hoy empieza a ambientar en sus trinos y en sus ruegos, la idea de que los ganaderos y los ricos tengan la posibilidad de armarse nuevamente, ya que para él,el conflicto no existe, sino grupos terroristas que atentan contra el Estado. De hecho, el nuevo candidato del Gobierno para ocupar el cargo de Director del Centro  Nacional de Memoria Histórica, entidad encargada de reconstruir la verdad del conflicto, es un reconocido negacionista del mismo, lo que no deja de ser significativo.

Lo cierto es que esa visión de país es defendida por muchos, así a otros no nos guste y como el que gana es el que goza, seguiremos viendo masacres  en busca de más acres mientras los encargados de defender a los líderes sociales continuarán cazando pispirispis.