Las redes sociales, los teléfonos inteligentes y las conexiones de wi-fi, gobiernan nuestras vidas. Hoy por hoy, es difícil concebir una relación que no esté mediada por las redes sociales y su construcción obedece a sus reglas: Inmediatas, rápidas, cortas, intensas y en muchos casos, vacuas y banales. La levedad se ha apoderado de nuestras vidas y puede que nos comuniquemos más pero indudablemente no nos estamos comunicando mejor.
Y aunque para entenderlas hace falta un doctorado, tal vez estamos intentando meter una jirafa en un bus urbano, porque las redes sociales no son el manantial donde nacen todos nuestros males, sino el espejo de agua donde nos reflejamos. Decir que las redes sociales son una cloaca, un vertedero de inmundicia, de tontería y banalidad, es no querer ver la realidad, triste si se quiere, que los colombianos somos así. Como en las películas policíacas de Netflix, hay que escarbar en la basura para saber qué se comió el muerto.
Los colombianos sabemos de todo, criticamos todo, elucubramos sobre todo, maldecimos a todos, denigramos de todos, entendemos de todo. Pensamos, decimos y actuamos (no necesariamente en ese orden) dependiendo del lugar en el que estemos, de las circunstancias que nos rodeen, las necesidades que tengamos y los beneficios que podamos alcanzar. Y por eso nuestras redes sociales son así. Y no al contrario.
Las redes sociales son el reflejo de lo que somos
Mi relación con las redes sociales ha sido un tanto bipolar: del desconocimiento absoluto pasé al amor empalagoso, luego al aburrimiento, la diatriba y ahora las miro desde lejos, sin untarme demasiado.Luego de retirarme de Twitter, lo leo pero no escribo, como esos viejos fumadores retirados, en Linkedin estoy, pero me mama su nivel de asepsia y prepotencia, Facebook lo cerré hace un par de años, Tinder no lo necesito y a Instagram aún me estoy acercando con el cuidado de quien cae en una fosa de leones. Como sea, hoy creo que las redes sociales deberían ser un espacio propicio para la dialéctica, es decir una conversación entre opuestos, que subraya y le da el carácter dinámico a las cosas.
Esta semana ha habido una especie de histeria colectiva por los trinos de un ex-funcionario de la Presidencia como antes lo hubo por los de un CM del Centro Democrático o los de unos funcionarios de la Superintendencia de Notariado o los del flamante posible nuevo director del Centro de Memoria Histórica. De hecho, la Corte Constitucional “evaluará cómo se puede garantizar la libertad de expresión en estas plataformas digitales sin que se menoscaben los derechos al buen nombre, la honra, la intimidad, la dignidad y la imagen de quienes resultan agredidos en las redes”.
El problema de las redes sociales no son los insultos, sino la estupidez de la sociedad que reflejan
Sin embargo, tal vez estamos perdiendo de vista que el problema de las redes sociales no son los insultos sino la banalidad y la bobada de nuestra propia sociedad. Tal vez, antes de moderar las redes, deberíamos buscar cómo frenar la intolerancia de conductores y ciclistas, la malparidez de nuestros dirigentes, la mala leche de funcionarios oficiales y cajeros de jornada extendida, la intransigencia de policías y porteros, el fanatismo ciego de seguidores de políticos en trance de ser Dios. Nuestros juicios y nuestras opiniones provienen más de las entrañas que del poder de la razón y por eso, nos gusta más gritar y vociferar que hacer la pausa para crear un argumento. Pero no son las redes. Somos nosotros, a quienes se nos notan las costuras cuando hablamos porque somos rabones, retorcidos y sectarios.
Por eso aunque callemos nuestras bocas, de lo que se trata es de apaciguar el corazón. De lo contrario, seguiremos siendo jirafas en un bus.
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