Odio el día que superaste el miedo a crecer. Aún recuerdo tus lágrimas porque te negabas a aceptar que en algún momento ibas a dejar de ser una niña tierna y consentida. Aunque me reía de ti, en el fondo me estaba riendo de mí, porque debo aceptarlo, mucho tiempo después, que era yo el que no quería que crecieras.
Pero así como pasan muchas cosas en la vida así uno no quiera, creciste, aún a pesar mío que me negaba a ver que de los gorros de colores pasaste al corte en capas, que del Rey León pasaste a la profundidad de las películas, que del chocolisto caliente pasaste a la Club Colombia bien fría, de las piñatas a los bares y de la rabieta al argumento.
¿Cuándo pasaste del Chocolisto calientico a la Club Colombia bien helada?
Hoy es claro para mí que cada hijo es un mundo distinto y la única forma de tratarlos por igual es amarlos diferente, respetando su individualidad, creyendo en sus sueños, dejándolos ser, aún por encima de nuestras propias creencias, entendiendo sus pequeños fracasos, vigilantes ante un mundo más complicado, pero conscientes que cada vez podemos hacer menos por ellos, porque sus triunfos son de ellos, lo mismo que sus derrotas.
Hay que abrir paso, amarlos siempre, pero un poquito más de lejos, sabiendo que la tarea ahora es cosa suya. Nuestro tiempo con ellos ya pasó, hicimos la tarea bien, mal o regular y ahora es el momento de cambiar nuestras metas y dejar de usar a los hijos como excusa para nuestros miedos de darle una vuelta a nuestras vidas. Es el momento de buscar nuestras propias respuestas, pero para eso debemos cambiar nuestras propias preguntas.
Hay que abrirle paso a los hijos, amarlos siempre, pero un poquito más de lejos.
Por eso, cuando los hijos crecen, los que debemos madurar somos nosotros. Entender que los hijos son prestados, quién sabe por quién, quisiera creer que es por Dios y por eso no son nuestros, tienen vida propia, no tienen ni siquiera la obligación de querernos porque el cariño pertenece a su libre albedrío que no aplica en sentido contrario, porque el amor por los hijos es lo único que nos salva cuando todo se desmorona.
A esta edad, uno poco cambia y cuando cambia empeora, por lo que no queda más remedio que equivocarnos por nuestros propios medios, mientras los hijos construyen sus propios errores y sus propias victorias.
Maldito el día en el que le perdiste el miedo a crecer…
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